Mucho más que el sueño americano
Candidata a pisar fuerte en los Oscar, la película de Bennett Miller "basada en un hecho real", narra la historia del luchador olímpico Mark Schultz y la extraña relación que establece con su millonario representante John Du Pont.
La tercera película de Bennett Miller (Moneyball; Capote) tiene los requisitos necesarios (¿o acaso imposiciones solapadas?) para llevarse más de un inminente premio Oscar. El cartelito "historia basada en hechos reales", eso que tanto complace a la academia de Hollywood; un actor abocado a la comedia en su primer desafío dramático y un argumento inclinado a desnudar el mundo del deporte (la lucha libre y sus derivaciones particulares) a través de dos hermanos y su complejo entrenador. Pero Mark (Tatum) y Dave Schultz (Ruffalo) y el millonario representante y protector John Du Pont (Carell) son los vértices de una historia que va más allá del reiterado relato que describe una superación individual o grupal frente las circunstancias. Los hermanos son profesionales y reconocidos en lo suyo, de características diferentes (Mark, solitario y tímido en su anatomía pre-fisicoculturista; Dave, abocado a su familia y consejero del otro) hasta que sus vidas cambian cuando aparece Du Pont (egocentrista, manipulador, con una fuerte carga en relación a su pasado). La relación más fuerte Du Pont la establecerá con Mark, en un sutil juego de homoerotismo que tiene su apoteosis deportiva: la preparación de los luchadores para los juegos olímpicos de Seúl de fines de los '80. Habrá otro eje secundario pero central: la madre de Du Pont (Redgrave), que a través de un par de apariciones describe el pasado familiar y la inestabilidad y cuentas pendientes de su hijo, especialmente, en su privacidad. La narración fluye a través de silencios, tiempos muertos, escenas invadidas más por preguntas que por certezas, como ocurre en la psiquis de Du Pont, habilísimo titiritero del buenazo de Mark y del cuidado que Dave no quiere perder de su hermano. En efecto, es una película sobre el deporte, pero también sobre celos ocultos que hasta llegarán al crimen, mostrados de manera elegante para articular un discurso ambiguo sobre los Estados Unidos, aquel que exhibe el triunfo individual a través del deporte frente a la necesaria aparición de un sostén económico que reditúe una fama de fuegos artificiales y reconocimiento global. En esa dualidad, y superando con holgura a sus dos films anteriores, Miller se maneja con astucia, esquivando la emoción fácil y el empleo de recursos complacientes con el espectador. Ubicándose en esa zona fronteriza de cine mainstream y de modelo típico de Hollywood con cierta dosis de calidad, Foxcatcher también es una película con buenas actuaciones (Tatum, Ruffalo, el flematismo británico de Redgrave) que ante todo incluye la introspectiva composición de Steve Carell, sincera y explícita por llevarse un importante premio a corto plazo. Lástima que Sienna Miller aparezca tan poco.