Una clase de actuación tripartita.
Otra historia verídica llevada a la pantalla grande. Esta vez no se trata de una historia extraordinaria, aunque dependiendo de cuán informado esté el espectador, sí es cierto que hay dentro de la trama una importante cuota de sorpresa. Foxcatcher es, sin lugar a dudas, un drama que impacta por su contundencia dramática.
No es un actor, ni dos; son tres los protagonistas que le sacan chispas al arte dramático en esta adaptación de un hecho real contemporáneo. El obvio, del que todos hablan, es el rol de Steve Carell, que se ha distanciado de su típico papel de comediante para transformarse físicamente en el multimillonario John Du Pont. Es increíble la mutación estética y gestual que ha logrado el actor, quien apenas puede reconocerse detrás del maquillaje. El no tan obvio es Mark Ruffalo, que seguramente ha interpretado en esta oportunidad el mejor papel de su carrera, dándole vida a un medallista olímpico de lucha greco-romana norteamericano. Quizás no marca distancias en lo expresivo (Ruffalo es el tipo de actor que generalmente conserva sus expresiones pausadas), pero sí en lo corporal, adaptando su cuerpo y su modo de moverse al de un luchador.
Párrafo aparte merece Tatum, quien demuestra ser un actor fuera de serie. El protagonista principal de la película ha adaptado su cuerpo, sus gestos y su expresión corporal de forma asombrosa, y si bien no lleva encima maquillaje, está irreconocible en la cinta. Es verdaderamente maravillosa la eficacia con que el actor ha asumido el papel de Mark Schultz, aportándole muchísima verosimilitud al relato.
Foxcatcher es una película interesante en lo narrativo, correcta en lo cinematográfico y sobresaliente en lo dramático. No es una historia apasionante, pero sí está adaptada con oficio y pasión actoral. Merece verse.