Shyamalan es un buen director con un problema: suele tomarse demasiado en serio a sí mismo. Fragmentado, felizmente, pertenece al grupo de sus películas ligeras, festivas, donde la complejidad no viene a sostener ningún comentario altisonante sobre el mundo. La película se ríe de su propia premisa: una terapeuta cree que los desórdenes de personalidad, lejos de constituir una patología, suponen una ventaja adaptativa de los sujetos al entorno, y que su manifestación puede conducir incluso a modificaciones de orden biológico. La terapeuta formula su hipótesis después de haber conocido a Kevin, un paciente que registra una veintena de personalidades diferentes. Las personalidades se interrelacionan creando una jerarquía interna que desplaza a Kevin, como si varios sujetos fueran tomando alternativamente el control de su cuerpo. La terapeuta interactúa con Kevin (o con lo que queda de él) y cree descubrir que una de las personalidades se hace pasar por otra: en esos momentos, la película toma la forma de algo así como un relato de misterio psicológico, como si hubiera que buscar las huellas de un crimen psíquico. Freud jugando al detective. Por su parte, la multitud que habita el cuerpo de Kevin espera la llegada de una personalidad adicional, La Bestia, a la que se convoca con un ritual que incluye el sacrificio de chicas. La trama va revelando sucesivamente esas capas y logra un equilibrio poco común entre un punto de partida delirante y la ejecución del suspenso. Parte de ese éxito depende del compromiso que demuestra la película con su universo: una vez establecidas las reglas de ese mundo algo desquiciado, el guion las respeta a rajatabla. Bien lejos de la seriedad de Señales o La aldea, lo que hay acá es es un director que confía plenamente en los mecanismos que hacen funcionar la ficción. La película toma el psicologismo y, multiplicándolo varias veces por sí mismo, casi por la vía del absurdo, lo transforma en un material apto para el thriller: no se trata de capturar a un psicópata desequilibrado antes de que mate, sino de descubrir a la(s) personalid(ades) capaces de matar dentro de un mismo cuerpo. Shyamalan balancea la premisa de la historia con una puesta en escena sobria y elegante que extrae silenciosamente la fuerza de cada escena: basta ver la cantidad enorme de planos distintos con los que filma la pequeña habitación de las chicas cautivas, o la manera en que el espacio en el que se las encarcela (que conviene no develar) gana espesor con cada nuevo recorrido. James McAvoy, un actor del montón al que no se le conocen grandes películas ni performances memorables, acá tiene un lucimiento inesperado: el tipo es capaz de componer con solvencia a varios personajes distintos y hasta de cambiar de uno a otro en plano. La joven Anya Taylor-Joy es todo un hallazgo: sabe cómo actuar la duda, la planificación, todo sin mover un músculo de la cara. El entusiasmo que generó el guiño final a una secuela (que formaría una eventual trilogía con El protegido) no debería distraer la atención dela gran película que es por sí sola Fragmentado.