Fragmentado

Crítica de Hernán Schell - La Agenda

El indio loco

Con el estreno de Fragmentado, M. Night Shyamalan parece haber vuelto a las fuentes, pero aún en sus peores películas mostró un universo personal.

Fragmentado es una película sobre un hombre con trastorno de identidad disociada, o sea, alguien con el mismo padecimiento que el icónico Norman Bates. La diferencia es que este personaje no tiene dos sino decenas de personalidades diferentes conviviendo adentro de él. Como su protagonista es alguien dividido en muchos pedacitos de personalidades, la película va narrándose inteligentemente en pedazos constituidos por tres líneas narrativas: la de tres chicas secuestradas, la de una psicóloga irresponsable, y la de la historia de una de las tres chicas, que se encuentra narrada en forma de flashback. Las tres líneas narrativas van teniendo un sentido al mismo tiempo que todas las personalidades de este protagonista van derivando en un solo lugar.

Como puede verse, Fragmentado es, en primer lugar, una película ingeniosa en cuanto a su estructura narrativa. Pero además esta historia es otra cosa: una película con la mejor actuación que James McAvoy tuvo en su carrera, un relato rabiosamente entretenido y hasta humorístico (con un humor enfermo y retorcido, pero humor al fin) que se permite tocar el tema del abuso infantil sin caer en el golpe bajo, y una película con un cameo extraordinario.

Fragmentado también se permite otras virtudes: construir una puesta en escena visual precisa en donde la cuestión de la fragmentación se ve sutilmente hasta en la composición de los planos (miren las características de las celdas, las pantallas divididas de las computadoras del Skype, las habitaciones atrás de las habitaciones), musicalizar la película de forma inhabitual con melodías extrañadas y elegantes ahí donde otros directores hubieran optado por sonidos más dramáticos, y jugar en varias escenas de suspenso con las expectativas del espectador dejando fuera de campo momentos que uno esperaría ver en pantalla, o frustrándole finales catárticos.

Además de todo, Fragmentado es otra cosa: la última película de M. Night Shyamalan, más conocido popularmente como “el director de Sexto Sentido”. A Shyamalan se lo sigue asociando con la idea de un director que hace películas con vueltas de tuerca, con sorpresas que cambian todo el sentido de lo que habíamos visto. Shyamalan hizo cuatro películas seguidas así: Sexto sentido, El protegido, Señales y La aldea. Después su cine empezó a pasar por otro lado e intentó sorprender de diferentes maneras, pero si bien abandonó sus famosos plot twists, su estilo y temáticas se conservaron intactos. Shyamalan sigue gustando de los travellings laterales lentos y de precisión milimétrica, de hacer bruscos primerísimos primeros planos con gran angular, y de presentar a la mayoría de sus seres sobrenaturales de manera repentina en planos generales a pleno día. Su gusto incluso por la puesta refinada es tan innegociable que llegó a utilizarla en La visita, una película de terror found footage donde ni disimula que ese formato le resulta insostenible –hasta hace un homenaje a la propia El proyecto Blair Witch mandando al diablo el verosímil del falso documental- y que prefiere construir la ficción como más le place.

Fragmentado
La mejor actuación de James McAvoy en toda su carrera.
En su filmografía también encontramos otra cosa: varias películas horribles. En general, las más aceptadas en este grupo son La dama del agua, El fin de los tiempos, El último maestro del aire y Después de la Tierra. Estas cuatro fueron destrozadas por la crítica en general y solo defendidas por un nicho pequeño de gente (tales como los integrantes de Cahiers du Cinema, que decidieron nombrar a La dama del agua entre las diez del año). En general estas defensas suelen argumentar que eso que otros consideran fallas son en realidad parte de una lógica estética previamente planificada y que hay que ver esas películas no con los parámetros del cine de género común y silvestre, sino como una ficción con sus propias reglas. Yo mismo en su momento defendí con argumentos así El fin de los tiempos, película a la que sigo sosteniendo como una suerte de homenaje a los ejemplares clase B de ciencia ficción de los ‘50 y como una reflexión de los miedos más grandes del siglo XXI (desde la debacle ecológica, a la guerra biológica y los atentados terroristas). Película de actuaciones fuera de registro, un sentido del humor extrañísimo y una lógica narrativa que a cada rato está rompiendo sus propias reglas, El fin de los tiempos sigue siendo para mí una película sobre el desconcierto: el de sus personajes, sí, pero también el de un espectador que no sabe exactamente cómo reaccionar ante una película en donde los monstruos vienen en forma de plantas y en la que encontramos reacciones tan raras como la de Zooey Deschanel entrando en pánico porque la llama un chico con el que fue a comer una torta tiramisú.

No puedo decir lo mismo de las otras tres películas masacradas por la mayoría de la crítica. La dama del agua, Después de la Tierra y El último maestro del aire no me parecen malas sino malísimas. Con errores de casting, narrativamente confusas y fallidas a la hora de crear emoción. No obstante tienen algo de atractivo y no es precisamente el de un gusto por lo trash, sino el de ver en ellas genuinas ganas de experimentar y de adentrarse por caminos narrativos diferentes. O sea, estas películas podrán ser malas, pero son malas en forma diferente y a su raro modo y gracias a su particularidad terminan quedando en la memoria.

Después de la Tierra, por ejemplo, es una épica minimalista, una suerte de Avatar en clave íntima. Así es como Shyamalan imagina un mundo nuevo lleno de criaturas extravagantes pero lo construye para solo dos personajes (un padre y un hijo), uno de los cuales está la mayor parte del metraje postrado en una silla y viendo a su hijo desde una pantalla. Shyamalan además toma a Will Smith para despojarlo de cualquier carisma y volverlo alguien con un gesto adusto y amargado durante todo el metraje y se da el lujo de elipsar bruscamente un epílogo que atenta por completo contra el relato clásico.

El caso de La dama del lago es todavía más particular. La película no puede sostenerse desde ningún lugar, pero sí llama la atención que Shyamalan se proponga reflexionar de manera tan directa y ambiciosa sobre los mecanismos narrativos y las leyendas atávicas. Por otro lado, es una película personal hasta la médula, donde el director reflexiona acerca de su relación con la crítica y lleva su gusto por los personajes excéntricos hasta niveles insospechados. Podrá ser mala y hasta en muchos aspectos ridícula, pero no hay muchas películas malas así, tan libres, tan personales, tan dispuestas además a aprovechar la fama y el prestigio ganado para ir por caminos impredecibles y arriesgados. Prueba máxima de lo personal que es esta película y también de su total carencia de miedo al ridículo es que el propio Shyamalan se asigna acá el rol de un escritor cuyo trabajo cambiará el rumbo de la humanidad.

Si uno lo piensa, este gesto del director tiene bastante sentido dentro de una obra de estas características. La dama del lago es un cuento de hadas que reflexiona sobre nuestra necesidad de tener cuentos de hadas y finales felices. También es una película donde todos encuentran roles que les dan sentido a su vida, y donde su propio director parece querer expresar en este papel que se asignó un deseo propio de que lo que haga sea genuinamente significativo y trascendente.

Este tipo de inquietud por un significado existencial se ve con cierta frecuencia en su cine. Después de todo, ¿qué es El protegido sino una película sobre personajes que tratan de entender para qué vinieron al mundo y qué otra cosa mueve al personaje de Samuel L. Jackson a cometer esas aberraciones si no es tratar de hallar quién es él realmente? Esta búsqueda por un significado existencial se lleva al extremo en el final de Señales. Muchos han visto en ese desenlace algo burdo y decepcionante, pero en verdad no es otra cosa que llevar a su literalidad más llana la creencia de un religioso. Después de todo, muchas religiones conciben la idea de que un Dios creador de un universo infinito, un ser carente de noción del tiempo, tiene un plan para cada uno de nosotros, y se preocuparía si uno de sus seres termina saliéndose de la vía de la fe. Que Shyamalan llegue al extremo de imaginar una historia de ciencia ficción en la que un ser Todopoderoso es capaz de enviar una invasión extraterrestre que aterroriza a la humanidad para que un ex pastor vuelva a su oficio es sin dudas extravagante, pero no muy alejado de interpretaciones bíblicas a las cuales cualquier creyente en el fondo adhiere. De este modo, Señales puede ser también una reflexión más sofisticada y ambigua (en tanto muestra ese tipo de fe en toda su esperanza pero también en su absurdo) de lo que suele pensarse.

El protegido
Bruce Willis y Samuel L. Jackson tratándole de encontrarle sentido a su existencia.
Por otro lado, esta obsesión por encontrar un orden para todo se refleja en la clase de intereses que la película busca para encontrar un cosmos, y tiene una causa en la forma en la que Shyamalan concibe la realidad que lo rodea. En casi todo su cine, hay una alusión a algo muy antiguo o atávico a lo que los personajes quieren seguir o en lo que pueden terminar encontrando una solución. Los cuentos populares en La dama del lago, la figura del héroe antiguo en El protegido, el misterio del más allá en Sexto sentido, las sociedades originarias en La aldea. Son todas figuras que evocan lo eterno o lo durable, que parecieran estar inmersas en un conjunto de reglas y a veces tradiciones que parecen seguras.

La razón por la cual el director busca esperanzas en cosas así es sencilla: la realidad para él es más bien horrible y desoladora. Para darse cuenta de esto, basta ver qué pasa con Sexto sentido cuando se le quita el elemento fantástico. Lo que se obtiene es la historia de un nene al que le hacen bullying en la escuela y que es criado por una madre que tiene varios trabajos para mantenerse. El chico estudia en una escuela que funcionaba como Tribunal de Justicia donde se ahorcaba gente frente a la desesperación de sus familiares. Además de todo, Sexto sentido incluye tragedias tales como una madrastra que asesinó a su hija enfermándola progresivamente. Este tipo de cosas espantosas no pertenecen solo a esta película: La dama del agua tiene un protagonista cuya familia fue brutalmente asesinada por un criminal que entró a su casa; en El protegido hay atentados terroristas que matan cientos de personas y psicópatas peligrosos en cada calle; en Fragmentado están los abusos infantiles, a lo que se le suma una indiferencia generalizada que infunde miedo (la escena del walkie talkie es desesperante) y en El fin de los tiempos, las alusiones a los daños reales que provoca la humanidad son tan fuertes que la defensa planteada por las plantas parece bastante lógica.

Por eso también muchas veces en Shyamalan el elemento fantástico que parecía temeroso termina funcionando como un alivio o como un mal menor frente a otros mucho peores y cotidianos. Los fantasmas de Sexto sentido no son otra cosa en el fondo que gente necesitada de ayuda, el extraterrestre de Señales se vence con batazos y agua, y la criatura amenazante de La dama del agua termina resultando bastante torpe. Incluso el propio monstruo de Fragmentado termina perdonándole la vida a una víctima que caerá después en las garras de un abusador pedófilo.

Desde este lugar, parece comprensible la lógica de los personajes adultos de La aldea, quienes decidieron inventarse un monstruo horrible imaginario para huir de las monstruosidades cotidianas que hay detrás del muro que construyeron. Por supuesto, vista la película con atención, es verdad que esta sociedad está, sin darse cuenta, construyendo su propio infierno terrenal, basado en sostener una mentira a cualquier costo y en manipular de forma aberrante a sus propios hijos. Pero esto tiene que ver con la mirada de un Shyamalan que siempre se ha movido entre la compasión y la misantropía, que a veces ha querido ser emocional y otras, ácido. En algún momento, a este realizador se lo comparó con Hitchcock, y el sallo le quedó (como le hubiera quedado a casi todos los directores de la historia) demasiado grande. Lo que terminó siendo es un director desparejo pero curioso, capaz de hacer muy buenas películas, ocasionales obras maestras, y largometrajes tan fallidos y ambiciosos que uno se pregunta cómo hizo exactamente para llevarlos a cabo; una anomalía demasiado excéntrica en el sistema de Hollywood como para pasarla por alto y tan demencialmente personal que es imposible no tenerle respeto.