La última pavada de Shyamalan.
A M. Night Shyamalan una vez se le cayó una buena idea con Sexto Sentido (para mi gusto, mal ejecutada) y luego nunca más pudo recuperar el rumbo. Lamentablemente, Split no es una reversión de esa tendencia, sino más bien una confirmación.
La fórmula continúa siendo la misma. Las películas de Shyamalan se construyen sobre bases sólidas de misterio y apelan al suspenso como hilo conductor, pero en el trámite de iniciar la conclusión derrapan narrativamente y giran hacia el absurdo, en el mejor de los casos. Es difícil entender los motivos por los cuales el director continúa esforzándose en sorprender al espectador con giros radicales e insensatos, pero evidentemente es más fuerte que él. Esta necesidad impetuosa de impacto genera un alto contraste en la percepción de una historia que, en el caso de Split, comienza como una interesante y adulta propuesta y termina siendo una pavada sobrenatural, que podría haber sido escrita por un pre adolescente.
El cine de Shyamalan no es serio ni armonioso; es eternamente ensayístico y banal. Lo único bueno de Split es la gran interpretación de McAvoy y nada más. Todo lo demás es vergüenza ajena, como pocas veces uno la experimenta en el cine.