Entre los sueños y la resignación
Israel Adrián Caetano vuelve al cine independiente genuino, con una gran interpretación de Natalia Oreiro
Israel Adrián Caetano vuelve al cine independiente genuino, es decir, a aquel que no alardea de esos tics que suelen valorarse como imprescindibles e incuestionables para lucir esa categoría, y a pesar de sus muchas veces fanfarrona distancia con buena parte del público. Para el cineasta uruguayo, autor de obras como la transgresora Pizza, birra, faso , clonada hasta el cansancio desde entonces, y del excelente western urbano Un oso rojo , las historias con gente común metida hasta las rodillas, o más aún sumergida en dramas que tienen que ver con las puestas a prueba de la vida y cómo se puede sobrevivir a ellas, lo siguen entusiasmando. Francia es, afortunadamente, una historia de gente común.
La anécdota que sirvió de base a este cuarto largometraje como autor en solitario es mínima: Mariana (Milagros Caetano), una niña en edad escolar, cuenta en primera persona el mundo de sus padres (Natalia Oreiro y Lautaro Delgado), separados cuando ella todavía era muy pequeña, y cómo a partir de una circunstancia (él acaba de abandonar el departamento de su actual pareja y piensa que una alternativa es alquilarle un cuarto a su ex), su idea de familia puede, si eso es posible, cambiar en positivo.
La perspectiva de la cámara pasa a ser la de la pequeña Mariana, a quien no le gusta el nombre que le pusieron sus padres y prefiere que la llamen Gloria, como el título de la famosa canción de Laura Brannigan. Así, Mariana -o Gloria-, con sus auriculares siempre listos para escabullirse de lo malo, recorrerá el pasado y el presente, la violencia que siempre asoma entre Cristina y Carlos, las historias de unos y de otros, y el amor incondicional que ambos sienten por ella. Desde su mirada se ven también los esfuerzos de sus padres por salir de la angustiante situación económica, el viejo amor entre ellos que a esta altura parece una ilusión óptica, sus pocas alegrías y muchas tristezas más allá de que Gloria siempre los sorprenda con una sonrisa compradora.
Oreiro confirma no sólo su versatilidad, ya descubierta por el cine en sus últimas películas, sino además su rigor para papeles que implican un compromiso cada vez más grande. Si bien la historia es narrada por el personaje de la niña, que se calza a medida Milagros Caetano (hija del director), es Cristina, es decir, Oreiro, quien a su vez mejor aparece recortada en el relato. Escenas como la del parto y la de la descompostura tras un exceso de alcohol son memorables. Sobresalen también Delgado como Carlos, el padre que a pesar de su inestabilidad emocional y laboral sabe cómo poner los puntos sobre las íes en una reunión en el colegio de su hija, y Daniel Valenzuela, que se destaca con su impar psiquiatra, que de atender en un hospital público termina, muy feliz, asistiendo a policías.
Caetano vuelve por sus fueros y lo hace sin vueltas, como él mismo dice "desde cero", pero con la experiencia a cuestas de grandes títulos de la pantalla local, una buena manera de que el público pueda reconocer, una vez más, que todavía le queda mucho por andar.