Francia

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

La felicidad.

No se conoce un manual que dé indicaciones al respecto: dónde encontrarla, cómo conseguirla. Ni siquiera se puede saber de forma cabal en qué consiste. En un ambiente difícil, en donde campean los trabajos precarios, la violencia y el abandono, para Mariana, la felicidad puede obtenerse, también, un día cualquiera en el que desembarca en un colegio nuevo, con guardapolvo inmaculado y dos trenzas, junto a sus padres vestidos de punta en blanco mientras se oye una versión instrumental de la canción Gloria. Así descripta, toda la secuencia podría ser una estampita animada surgida de la iconografía peronista sino fuera porque está filmada en cámara lenta; porque mientras el espectador escucha Gloria los alumnos y sus maestros cantan evidentemente alguna canción patria y porque durante buena parte de la película Mariana ha dicho que no le gusta su nombre y que en cambio decidió llamarse Gloria. Caetano hace una película política cuyas implicancias finales terminan constituyendo un fondo de ambigüedad prácticamente única. Es que lo suyo es la potencia del cine y sus posibilidades expresivas, ni más ni menos. Siempre sus películas se trataron de eso, en definitiva: de producir un realidad plástica, poética, para sembrar allí el asombro, el fastidio o el escozor. Como en Tumberos, su primera incursión televisiva, el elemento político es parte del diseño final de la película, un hilo dorado que dibuja ribetes aquí y allá a través de los planos: un modo de lectura incompleto pero de una riqueza secreta e implacable. El director hace el esbozo de una degradación argentina, en la que una pareja asiste impertérrita a su descenso en la escala social, con la distancia extrañamente luminosa que proviene de un acercamiento ligero y desprejuiciado que puede lindar con el pop,

Milagros pop. Mariana (o Gloria) es Milagros Caetano: un auténtico milagro, la chica. En algún punto parece como si Caetano padre hubiera concebido la película para el lucimiento de Caetano hija. Como una serie de variaciones sobre el rostro, el andar y el habla de la niña, Francia despliega sus diversas zonas de intensidad y esplendor casi siempre sujetas a los desplazamientos del personaje que encarna la actriz. Ella es la idea de gloria, en Francia. También, la idea de la música pop, de las películas y del juego en general como última frontera contra el dolor del mundo exterior. En la modesta tragedia Nac & Pop de la película, la palabra Francia es la cifra clave en la que se deposita el concepto de lo otro, lo lejano; lo deseable pero acaso inalcanzable. Una palabra que está ungida con tres colores. En la película probablemente nadie irá a Francia, pero tampoco hace falta. La fe poética que Caetano desgrana, desencantada y poderosa a la vez, insiste en una redención paradójica, forjada en el hábito de agachar la cabeza y sobrevivir como un burro (un poco a merced de la tómbola cósmica que se encarga de regir el destino de todos), y la fuerza de Mariana, que parece operar el milagro de un final en el que los padres se reconcilian y la prosperidad aparenta renacer para todo el mundo.

Gloria o muerte. Es que Mariana/Gloria es finalmente el sujeto sobre el que el director hace residir la ética de la película. De la llama que Gloria representa es desde donde se irradia el particular espesor político que distingue a Francia, mucho más que el que podría elucidarse a partir de esa imagen de país reconciliado que se mencionó al principio si no se la observa con atención. Porque resulta que del personaje a cargo de Milagros Caetano se predica también una estética: arrastrado por el sorprendente fulgor de la chica, desapegado e indomable a un tiempo, el relato se fragmenta, se disloca, adopta la forma vaga de un juego en el que el dolor no puede reclamar un sitio preferencial sino que debe resignarse a estar en pie de igualdad con otras contingencias de la vida. Si Gloria saca fotos con su celular, Caetano detiene cada tanto los planos y los enmarca como si fueran una fotografía; si la maestra y las autoridades del colegio privado le parecen ridículas a Gloria, sus padres terminan viéndolas del mismo modo. Y nosotros también: notamos la caricatura, el detalle en la actuación que las hace salir del costumbrismo (siempre bajo sospecha de fraude) para ingresar en el terreno de la subjetividad, de la verdad poética. Como Gloria en su cabeza escucha Gloria, en fin, su primer día de clase en la escuela pública (en una mañana radiante, peronista) es, también, un derivado de su fe y de su felicidad. Pura Gloria en movimiento.