Entre los muros
Volviendo a un formato mucho más pequeño en relación a su anterior film (Crónica de una fuga, 2006), Israel Adrián Caetano entrega con Francia (2009) una mirada sobre la clase media baja que oscila entre la sordidez del mundo adulto y el optimismo infantil.
Mariana (Milagros Caetano) tiene problemas de conducta en la escuela. Pero no se trata de cualquier escuela, sino de una escuela que predica (desde su discurso pedagógico-institucional) cierta impronta progre que el mismo film se encarga de parodiar. Puertas afuera, existen los otros problemas: una madre (Natalia Oreiro, en una interpretación sutil) con un sueldo de mucama que no llega a cubrir todos los gastos y un padre (Lautaro Delgado) que acaba de perder su trabajo y debe volver a vivir con su ex mujer y su hija, porque se ha quedado literalmente en la calle.
Desde su estreno en San Sebastián y su paso por la Competencia Oficial de Mar del Plata, Francia ha sido tildada de “película irregular”, algo que debemos admitir pero no necesariamente como un defecto. Al menos, no a partir de la forma en la que la película está construida. El realizador optó por distanciar el punto de vista de la niña de la sordidez del mundo adulto que no siempre logra comprenderla. La sobreimpresión de un poema al comienzo del film pareciera presentar esta dualidad, reconfirmada a partir de otros procedimientos narrativos (el discurso en off de Mariana, el decoupage, y el final con una resolución marcadamente elíptica al compás de una canción pop que vuelve a enfatizar el optimismo infantil). Esa voluntad de quiebre del relato clásico pone en evidencia la naturaleza irregular del film.
En relación al mundo adulto, la película señala un tiempo de incertidumbre en el que se cruzan reproches y recriminaciones variopintas. El eje está puesto en la “poca atención de la nena”, problema que puede ser comprendido –por el espectador- en la fragilidad del vínculo de los padres y sus respectivos entornos particulares. Él está terminando la relación afectiva con una mujer (otra más) que lo denuncia por golpeador, mientras que ella soporta estoicamente la rutina como empleada doméstica en el departamento de una mujer rica y deprimida. Estas notaciones son en las que Caetano no se muestra tan eficaz, como si su afinidad por el mundo interior de Mariana le diera encanto al film al mismo tiempo que lo pone en una encrucijada.
Hay cierta tendencia al estereotipo, al trazo grueso, que le resta verosimilitud al relato. Esto es evidente en el retrato de la familia para la que trabaja la madre, en la que conviven el snobismo y la insensibilidad. El problema es que Caetano lo resuelve en una secuencia que pareciera renegar de la sutileza y el realismo crudo con el que sí se narra el vínculo entre los padres. También hay una excesiva carga paródica en el tratamiento de los empleados de la escuela. ¿Pueden estos padres pagar la cuota de dicha institución? Tal vez sí, afectados por un neoliberalismo que degrada la imagen de la educación pública, necesitados de imaginar para su hija un porvenir mejor.
¿Es Francia una película de “espíritu proletario”? Más que eso, es el reverso de un relato filo-peronista, en donde el Estado y la multiplicidad de entidades de regulación del individuo (la escuela, la familia, la policía, etc.) los expulsan y obligan a unirse ante un enemigo invisible. En efecto, ¿cuál sería la solución a los problemas? ¿A qué tipo de trabajos más redituables pueden aspirar los padres? ¿Qué necesidades intelectuales deben ser fomentadas en la mente de la niña? Más que ofrecer una tesis, el film de Caetano se acerca con sensibilidad al terreno de la comprensión. Comprensión hacia el sugerido alcoholismo de la madre, la personalidad violenta del padre, la necesidad de la nena de llamar la atención, etc. El director es ágil y no carga demasiado las tintas en torno a estas cualidades, porque hacerlo implicaría anular la empatía con estos padres desesperados que –pese a todo- necesitan persistir para que la niña tenga un porvenir mejor, aunque sea difícil imaginar cómo.