En líneas generales, el film presenta el retrato de una familia escindida. Los padres, separados, comparten la custodia de la niña, mientras intentan sobrellevar sus respectivas dificultades económicas. En un momento determinado, se plantea la posibilidad de que el padre, Carlos (Lautaro Delgado), implicado en un caso de violencia doméstica, ocupe una habitación libre de la casa en que viven su hija, Mariana (Milagros Caetano, hija del director), y su ex-mujer, Cristina (Natalia Oreiro) ¿Cómo reaccionará la niña ante este nuevo escenario? ¿Sabrán los padres sostener este pacto antinatural? Caetano se propone descifrar las claves de este microcosmos familiar combinando dos estrategias aparentemente incompatibles. En primer lugar, abordando la acción desde un realismo crudo, cronológico y en plano fijo. Y en segundo, planteando una lúdica, fragmentaria y experimental aproximación a la subjetividad de la pequeña Mariana.
Es en esta segunda vertiente del film, que subvierte por completo los pilares de la narrativa clásica, donde Caetano encuentra la verdadera personalidad de Francia. Para sumergirse en el particular universo de Mariana, una niña con problemas de conducta y aprendizaje, la película se aproxima a la estética pop, tomando prestados elementos del videoclip -como, por ejemplo, la traducción literal en imágenes de un discurso-. Hay también en la película poemas sobreimpresos en la imagen, pantallas partidas y series fotográficas, con la aparición esporádica de la voz en off de Mariana, que actúa como fuerza demiúrgica de su universo imaginario. El resultado final se asemeja a un collage, construido a retazos, en el que la realidad grisácea de los adultos convive con la mirada candorosa de la joven protagonista.
En realidad, la pulsión experimental de la "mirada infantil" de la película termina contaminando a la "mirada adulta". Así, el retrato de la cotidianeidad de Carlos y Cristina también se ve afectada por las agresiones a la ortodoxia fílmica. La conflictiva realidad laboral de Cristina (como asistenta doméstica) se ilustra mediante un largo plano-secuencia a cámara lenta, con el sonido no sincronizado, en el que afloran las tensiones de clase, marcadas por la neurosis de una burguesía decadente (no muy lejana a la de las películas de Lucrecia Martel). Luego, la reunión que mantienen los padres con las maestras de Mariana se convierte en un juego de "cambio de posiciones" de los personajes que remite al Godard de los años '60.
En conjunto, cabe decir que Francia es una película irregular, afectada por numerosos problemas. En primer lugar, existe un muy marcado desequilibrio actoral: Natalia Oreiro y la pequeña Milagros Caetano brillan muy por encima de Lautaro Delgado. Además, los personajes secundarios están poco perfilados y merman la fuerza de una película que aspira a vibrar como una pieza de cámara. Aunque el problema más importante tiene relación con el hecho de que el director parece no atreverse a apostar de forma clara por la cara más experimental e iconoclasta del film. No hay duda de que Caetano es un buen narrador (es probablemente su mayor cualidad); sin embargo, en Francia, la interesante construcción de una poética infantil anti-académica no termina de cuajar con el abordaje más convencional a una realidad mundana (que de algún modo, ya late en la mirada de Mariana). Así, la película termina resultando una experiencia cuya indudable fuerza emotiva termina algo diluida en la dispersión de puntos de vista y de propuestas formales.