FRANCIA: LA PATRIA PERONISTA
1. Francia es sin dudas una pequeña película feliz, y tal vez una feliz pequeña película. El mejor film de Caetano hasta la fecha (aquel en cuyos medios y fines por fin se encuentran, maduros) es una fábula (un relato íntimo e intimista contado para y por una niña), pero una fábula política: acaso la película más “peronista” de un cineasta “popular”, y –tal vez por eso- la película menos popular de un director peronista… En ese sentido puede decirse –como lo hizo Quintín en su reseña durante el festival de Mar del Plata- que Francia es una película paradójicamente kirchnerista (pues será vista como tal por los antikirchneristas como Quintín, y no asumida así por peronistas como el mismo Caetano).
Francia es un film sobre la voluntad: ya no una voluntad setentista, sino post-noventista (como la que contradictoriamente encarna el kirchnerismo). Si Caetano contó siempre la derrota con un dejo de esperanza (bajo la dictadura en Crónica de una fuga o bajo el menemismo en Pizza, birra, faso), en Francia el final feliz se impone como instante en la patria de la felicidad (esa que el peronismo siempre sueña encarnar). Cuando al final del film, luego de acechar los innumerables problemas de una familia quebrada, suena “Gloria” –canción pop que replica el nombre con el que se identifica la hija- mientras vemos la recomposición socio-familiar bajo la iconografía feliz de un cuento de hadas nac & pop, asistimos a un triunfo de la voluntad (tal vez tan ilusorio como inocente): donde un asumido crítico antikirchnerista ve ecos del fascismo, y un hipotético crítico kirchnerista una referencia nada cínica a los deseos imaginarios del peronismo, un espectador menos extremista puede ver un simple sueño realizado (en la imaginación de una niña o de su padre cineasta…).
En la consulta del psicólogo policial encarnado por Daniel Valenzuela, se ven dos fotos ensimismadas: Freud y Perón (un solo corazón). Y en esa mixtura que propone Francia (entre retrato de familia y pintura de época), Caetano reencuentra un cine de larga tradición que sin embargo hace rato se extraña en el cine argentino, como si –en el mejor de los casos- debiera quedar en manos de cineastas más convencionales. Pero allí donde Campanella o Burman (desde la independencia de la industria o el mainstream del NCA) caracterizan una clase media siempre redimida, Caetano prefiere -como buen muchacho peronista- la satirización feroz de esa clase (siempre contradictoria, o directamente traidora) y la exaltación idealizada de la clase media baja (a través de personajes amables hasta en sus miserias, para lo que cuenta con un trío de actores notable, en el que sorprende la encantadora Milagros Caetano, hija del director y notorio motor -ficcional y real- de Francia). Este film confirma el lugar particular que ocupa Caetano en el campo del cine argentino, por su relectura heterodoxa del realismo (que nunca condesciende al mero costumbrismo o al drama sensiblero, pero tampoco al recato minimalista y la vaguedad vergonzante).
2.
El crecimiento de un cineasta está generalmente ligado (para los críticos, siempre en busca de la ontogénesis) a una profundización temática y formal (lo que llamamos “estilo”), pero también puede haber desarrollo en un avance exploratorio aparentemente azaroso e incierto. Hay directores que parecen mutar todo el tiempo, lo que en cierto modo representa un desafío mayor (porque los experimentos pueden fallar, y porque la crítica y el público siempre prefieren que una obra sea medianamente previsible). No sé si es el caso de Caetano (y no porque su apertura “genérica” se agote en una pura voluntad narrativa), si bien es claro que trata de no repetirse (algo muy loable en un medio que usualmente busca no defraudar las expectativas) y que sólo es fiel a la ética protestante del cine clásico americano (la moral está en el hacer).
Pues a pesar de su aparente dispersión, el cine de Caetano tiene un tema definido: sus films siempre son “crónicas de una fuga”, centrados en personajes que luchan por ingresar al sistema, o a lo sumo recuperar una estructura familiar: algo que los haga –simplemente- parte de una comunidad (y los aleje de la inmoralidad del “sálvese quien pueda”). Pero si bien ese hilo invisible une Pizza, birra, faso, Bolivia, Un oso rojo, Crónica de una fuga, y –por fin- Francia, ahora es el mismo Caetano quien parece por fin liberado de su propio mandato (de su necesidad de demostrar su pericia narrativa o su conocimiento de los géneros, que parecía todo su horizonte formal). Francia logra ser un ensayo narrativo: un film libre, sobre la igualdad y la fraternidad (aunque no es -ni pretende ser– revolucionario).
Podría decirse que Francia es de algún modo la contracara de Bolivia: Ambos títulos remiten a un país deseado, pero si en Bolivia el anhelo era incumplible por la asfixia del inhospitalario país real (y la muerte terminaba clausurando toda salida), en Francia la esperanza se vuelve real en el propio país (sin importar que los personajes nunca vayan a Francia…). Pues lo que está en juego son también dos modelos de cine: si en Bolivia el drama parecía sobredeterminar a los personajes, en Francia los personajes se sobreponen al drama… Y lo mismo sucede con ambos films: mientras uno estaba preso de su previsible final, el otro se permite abrirse a lo inesperado. Francia está –como los sueños- hecho de restos diurnos, de fantasías tejidas sobre lo real (eso es también el cine, para bien o mal): De la realidad al sueño, del drama intimista al melodrama social, del menemismo al kirchnerismo, Francia culmina con el regreso de la política. O la política como sueño… Pero, claro, se trata de un sueño peronista.
3.
Hay una gran diferencia entre “ocultar el abismo social y la tragedia argentina” (como planteaba Quintín en su reseña) y “no profundizar en el problema social de este momento después de plantearlo como nadie lo planteó en el cine argentino hasta ahora” (como decía luego en otro comentario sobre Francia). Tal vez ese planteo sea pedirle demasiado a Caetano, vista la historia del cine argentino: Pues la repetida paradoja es que sólo un cineasta de origen “popular” (sinónimo de “peronista” en el contexto del cine argentino, salvo la notoria excepción de Campanella) parece poder tocar “el problema social de este momento” (es decir, buscar el núcleo de su tiempo), pero a la vez sólo puede hacerlo dentro de las limitaciones políticas del peronismo (lo que no deja de ser coherente con la realidad, visto que lo mismo le pasa a la política argentina…).
Si se revisa la historia del cine argentino, se percibe que los cineastas “populares” (es decir: los que más conectaron con su tiempo, como Del Carril y Favio) surgieron del peronismo, mientras que la izquierda nunca tuvo un representante “popular” (ni siquiera con Gleyzer, cuyo mayor logro fue una película “peronista” como Los traidores), y el “modernismo reaccionario” (invariablemente antiperonista) nunca generó más que experimentos fallidos o sin alma (a pesar de sus inagotables intentos…). Ante esto, la opción sigue siendo un modernismo no reaccionario (no me atrevo a escribir “revolucionario”…). Es decir: salir del peronismo por izquierda, no por derecha (así en el cine como en la política). Claro que es más fácil de decir que de hacer… Y casi ningún cineastas (sea minoritario o popular) se plantea ya algo más que hacer su película (y, con suerte, algunos miles de espectadores).
Es claro que el cine argentino hace mucho tiempo no es popular (salvo por sucesos esporádicos), pero eso no significa que la decadencia sea un destino ineluctable. Si ello llegara a pasar, sería por dos motivos: o bien porque el cine (no sólo el argentino) se habrá convertido definitivamente en un arte menor (necesariamente “minoritario”). O bien porque la brecha social (incluido el acceso a la producción, no sólo a la recepción) se habrá vuelto definitivamente irremontable. Lo segundo hablaría de una sociedad definitivamente escindida y desigual, así que esperemos que si el destino del cine es el museo, lo sea por cuestiones que vayan más allá de lo meramente socio-económico… Sea como sea, para el cine es muy difícil imaginar un final feliz (incluso en una utópica patria peronista).