Nada nuevo bajo el sol.
Cuando Jorge Bergoglio fue nombrado Papa y pasó a llamarse Francisco, algo cambió en la imagen del papado que todos tenían. Su figura llamó la atención y sus ideas han sido recibidas por muchos como una verdadera revolución en el Vaticano. El documental de Miguel Rodríguez Arias –el mismo de Las patas de la mentira– sin duda es oportunista, pero que lo sea no es en sí mismo un defecto. No es raro que alguien quiera hacer un documental sobre Francisco, y si alguien tiene algo para decir sobre el mundo, se puede elegir un tema o un personaje importante para retratarlo. El punto es qué hacer para que el documental tenga algún valor, para que posea encanto, para que resulte apasionante o produzca interés. Nada de esto aparece en Francisco de Buenos Aires. Todo lo que se ve en la película es la repetición de los máximos elogios que ha recibido Francisco desde el comienzo de su papado. No hay una mirada crítica, no hay tampoco una mirada crítica sobre aquellos que lo criticaron. No hay matices ni elementos reveladores. Tampoco aparece la profundidad en los elementos de defensa. Lo único que tiene algo de interés es todo el sector sobre fútbol, donde se bordea el ridículo y el absurdo, así como el énfasis en el pensamiento mágico de aquellos que aventuran un vínculo entre el Papa y los logros de San Lorenzo. Pero no se anima –tampoco quiere, en realidad– a explorar esas cosas. Muy limitada, preocupada por armar un relato claramente favorable, Francisco de Buenos Aires pierde la oportunidad de explicar la figura de una de las personas más importantes del siglo XXI.