Francofonia es una profunda reflexión sobre el arte
Trece años después de El arca rusa, aquella extraordinaria película que contaba la historia del museo Hermitage de San Petersburgo, se estrena en la Argentina Francofonia, nuevo film del prestigioso director ruso Alexander Sokurov que tuvo su première en el festival de Venecia y también fue exhibido en la última edición del Bafici. Igual que El arca rusa -filmada con steadycam en un solo largo plano secuencia y en formato de alta definición sin comprimir, otra novedad-, Francofonia apuesta a la pericia formal, pero de otro modo.
Es una película con una estructura que propone varios niveles de desarrollo, en la que conviven la ficción y, de una manera oblicua, el documental. Cargada de digresiones y ocurrencias, es realmente muy ambiciosa en sus objetivos: Sokurov reflexiona sobre la cultura europea, el papel de los museos en la conservación del arte y la influencia determinante de la política en esos asuntos.
Con su película sobre el Hermitage ya había plantado una semilla que dio otros frutos: en 2014, Frederick Wiseman rodó un film sobre la National Gallery de Londres y Johannes Holzhausen otra sobre el Kunsthistorisches de Viena. En Francofonia usa el pretexto de la historia de las dificultades del Louvre durante la ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial como plataforma para contar otra más abarcadora y que tiene dos facetas: la ficticia, protagonizada por un navegante cuyo buque cargado de obras de arte corre el riesgo de hundirse en el mar en medio de una tormenta -Sokurov parece sugerir que los museos terminan siendo eso: enormes barcos contenedores llenos de mercancías vulnerables-, y la que está inspirada en hechos reales, animada por dos particulares enemigos, el atildado funcionario francés a cargo de la dirección del museo y un militar nazi de perfil aristocrático que debe aliarse con él para proteger el patrimonio de ese imponente edificio ubicado en el corazón de París, una ciudad que al Führer le interesaba especialmente preservar.
Sokurov va contando los pormenores de esa incómoda relación mientras suma y superpone otros relatos: sintéticas historias de algunas obras, consideraciones sobre el arte, pura simbología (Marianne, el personaje de Johanna Korthals Altes, que representa los valores de la República Francesa), imágenes de archivo y tomas aéreas de París que lucen filmadas por un dron. Lo hace con un tono que también alterna diferentes matices: hay espacio para las cavilaciones humanistas y también para la ironía refinada. ¿Qué sería de Rusia sin el Hermitage y de Francia sin el Louvre?, se pregunta el experimentado cineasta, siempre preocupado por resguardar la belleza frente a las atrocidades que nos rodean. Hay otros interrogantes y algunas conclusiones en este sólido film-ensayo que se revela con autoridad como una meditación profunda sobre el arte, la historia y la idea misma de humanidad. Brillante.