PASTICHE IRREVERENTE
_ ¡Libertad, igualdad, fraternidad!
_ ¡Soy yo!, ¡soy yo! Sin mí esto no estaría acá.
Las frases, tan diferenciadas por el período histórico al que corresponden y por los personajes que las pronuncian, parecen hallar, sin embargo, un punto común; una suerte de retroalimentación entre su volatilidad y fortaleza, entre los resabios del pasado y la dispersión de los visitantes del Louvre, sus pasillos y salones o, incluso, el interior de algunas obras.
Se trata de la escena donde Marianne, como símbolo de los ideales de la Revolución Francesa, y Napoleón Bonaparte se reúnen frente a la Mona Lisa y condensan en sus espectros y en la repetición de los parlamentos, como sus razones distintivas de ser, las tres patas fundamentales de Francofonía retratadas: la historia de Francia, la historia de la cultura occidental y la fundación del museo.
Allí radica la genialidad de Aleksandr Sokurov: por un lado, en el despliegue de una variedad de recursos, formatos y técnicas que acentúan los aspectos más sobresalientes y universales; por otro, en la construcción de un relato fluido y armónico por recortes.
De esta forma, el director realiza un trabajo complejo, exhaustivo y de una clara lectura personal en capas conectadas a través del material de archivo (fotografías y videos), la puesta en escena de fragmentos de los orígenes franceses del Louvre y de las obras, una recreación de un caso particular para dar cuenta de la Segunda Guerra Mundial (la relación entre el director del museo Jacques Jaujard y el oficial nazi Franz Wolff-Metternich), el contraste con las políticas proteccionistas del arte entre el Louvre y el Hermitage en Rusia y la charla vía skype con pésima señal entre el director y un amigo en alta mar; un entramado que combina documental, ficción y ensayo.
“¿Es posible que este museo valga más que toda Francia? –ironiza Sokurov–. ¿Qué sería de Francia sin él?”. Y casi de inmediato aparece un video de la Torre Eiffel con Adolf Hitler o un collage de un avión nazi en uno de los salones del Louvre. De hecho, uno de los aspectos que más subraya el director es la mostración del artificio desde la manipulación de las imágenes hasta, por ejemplo, exhibir la claqueta cada vez que se filma alguna escena sobre la Segunda Guerra, una cierta provocación de su voz en off para comentarles tanto a Jaujard como a Wolff-Metternich su futuro o indicarle al francés que, por falta de información sobre su vida privada, se toma algunas libertades para representarlo.
El pastiche, entonces, se vuelve armónico pero imprevisible por sus cambios de ritmo y climas, por la cadencia entre un zoom in para apreciar una pincelada o los salones vacíos del Hermitage, entre la conversación interrumpida por la tormenta en alta mar y los planos del origen del museo; en definitiva el gesto de los fantasmas frente al cuadro: la necesidad de experiencia y apropiación.
Por Brenda Caletti
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