Sokurov, en las entrañas de un Louvre en peligro
Se estrena la nueva película del singular artista siberiano Aleksandr Sokurov, y quienes lo conocen ya están ansiosos de verla. Digamos, quienes ya vieron, no su decepcionante "Fausto", sino, por ejemplo, su acongojante "Madre e hijo", la trilogía "Moloch", "Taurus" y "El sol", respectivos (y muy críticos y creativos) retratos de Hitler, Lenin e Hirohito, alguna de sus "Elegías" o "Una vida humilde", suave, respetuoso acercamiento a una viejita japonesa. Pero, sobre todo, quienes vieron esa joya deslumbrante llamada "El arca rusa", que en un único plano secuencia transitaba por todo el Museo Hermitage de San Petersburgo contando su historia, y la historia de su país, hasta culminar en un imponente baile de gala de aproximadamente mil actores, extras y músicos.
Ése fue uno de los primeros grandes éxitos del llamado cine digital de autor. Y ahora, en "Francofonia", la acción se desarrolla en el Museo del Louvre. Por eso el público ya se está regodeando. Pero atención: esto es otra cosa. La película recorre salas y pasillos de ese enorme palacio renacentista, evoca al arquitecto Pierre Lescot, descubre los tesoros asirios que allí parecen mantenerse a salvo de cualquier barbarie contemporánea, etc., pero no es una visita guiada, ni termina con baile y gran despliegue.
Inclusive cabe una advertencia: tarda en empezar. Primero el propio director habla como nueve minutos por skype con el capitán de un carguero lleno de obras de arte en medio del mar picado. Luego amaga con entrar en la historia, da otras vueltas, engarza material de archivo con pixeles, ironiza sobre dos figuras representativas de la "grandeur" francesa (Napoleón en su provechosa egolatría y la cargosa Marianne chillando su eterno "Liberté, etc,) y de pronto uno advierte que ya está en tema, y que ese tema es muy importante.
Se representa con el problema del carguero: ¿qué habría que salvar en caso de naufragio? ¿Los hombres o las obras más hermosas de los hombres? ¿Qué es el arte y por qué nos importa tanto? Porque muchos barcos se hundieron camino al Louvre. Y, a través de un hecho real, destaca un valor humano: la unión de los contrarios, representada por el trabajo conjunto que en plena guerra llevaron a cabo Jacques Jaujard, director de los Museos de Francia, y el conde Wolff Metternich, representante de la Kunstschutz (protección del arte) del III Reich. En tiempos de enemistad, ambos se soportaron en defensa de un bien universal. Sus respectivos connacionales no apreciaron ese gesto, pero ya sabemos cómo es la gente.
Otro detalle: el cuadro que aparece con más peso en esta recorrida no es "La Gioconda", sino "La balsa de la Medusa", de Théodore Géricault, tétrica y enorme pintura de unos náufragos clamando ante el paso indiferente de una fragata. El lienzo alude a un hecho real, ocurrido en 1816, pero el cuadro, quién lo duda, tiene evidente actualidad. Igual que la película, aunque no lo parezca.