La violencia ha sido el tema central de la carrera de Clint Eastwood. A los 84 años, el actor y director vuelve sobre ella en FRANCOTIRADOR, acaso no la más sutil de sus películas pero sí una que prueba que sigue siendo no solo un gran narrador –eso es algo que nadie puede discutir a esta altura de su carrera– sino que sigue sabiendo manejar una muy interesante ambigüedad respecto al tema, una que convierte a este filme en uno de esos experimentos psicológicos en los que cada espectador termina viendo lo que quiere ver.
Todos sabemos que Clint es republicano y lo hemos visto pifiarla feo burlándose de Barack Obama haciendo malas bromas con una silla en una convención de su partido, pero lo cierto es que Clint no es “republicano” en su versión más básica y tarzánica (de hecho, varias veces se manifestó en contra de estas guerras) y en un punto la película es profundamente antibelicista. El personaje es un hombre que valora y respeta ciertas visiones tradicionales mediante las que su país se ve a sí mismo –“el mejor país del mundo”, “Dios, patria y familia”– pero esas tradiciones son puestas en discusión por Eastwood de una manera cinematográfica inusual, indirecta.
american-sniperFRANCOTIRADOR no habla de lo que sucede fuera de las misiones en Irak y de los regresos de Chris Kyle –el “sniper” que da título a la película, un hombre que tuvo 160 muertes confirmadas, casi todas desde su puesto en las alturas, protegiendo a los soldados a la distancia– a su casa. No hay análisis políticos sobre los motivos de la guerra ni se muestra nada fuera del entrenamiento y de los combates. Kyle es un veinteañero de Texas que se vuelve Navy SEAL para defender “al rebaño” (como lo educaron de pequeño), su misión allí es la de francotirador y su trabajo es hacerlo bien, protegiendo a sus compañeros. Y es eso lo que hace.
La película narra las cuatro veces que va Kyle (Bradley Cooper, con barba y 20 kilos más) al frente de batalla y las distintas circunstancias de cada una de sus misiones. Tendrá dos enemigos fuertes: encontrar y eliminar a un hombre clave de Al Qaeda al que llaman El Carnicero y hacer lo mismo con su “némesis”, un francotirador sirio, campeón olímpico, que trabaja para “el enemigo”. Eastwood y Kyle/Cooper –que funciona, en ese mundo, de manera muy similar a la que lo haría Clint de tener la edad para protagonizar la película– compactan sus misiones con la mirada fija en el objetivo, un poco a la manera de Kathryn Bigelow y su VIVIR AL LIMITE: el protagonista es un especialista, un profesional, casi un adicto, que no puede tomar distancia crítica de lo que hace. Y que, una vez que empieza, no quiere ni puede parar.
americansniperLa distancia que sí se empieza a quebrar es la emocional. Por la naturaleza de su trabajo, Kyle mata de manera fría, lejana. Las circunstancias de sus asesinatos son duras, pero asépticas. El no termina de involucrarse hasta que, en cada nuevo regreso al frente, las situaciones se van volviendo más duras y complejas (operativos salen mal, mueren amigos, etc) y empiezan a afectarlo de una manera que, si bien él trata de negar, es más que evidente tanto en Irak como de regreso al hogar. Ahí es donde empieza a sentirse su desconexión con ese otro mundo y su necesidad casi adictiva de volver al frente: no termina de (re)conectar con su esposa ni con sus pequeños hijos (a los que ve muy poco), vive tenso, tiene la presión por las nubes y cualquier bocinazo en la autopista lo pone en alerta.
¿Es culpa, perturbación, stress post-traumático? Según Kyle, no. No sabe ni quiere saberlo. O tal vez sí sea culpa, pero no por la gente que mató sino por los que no pudo salvar. Es por eso que siente que cada minuto que no está en el frente es un minuto perdido. De todos modos, no se trata de un personaje a quien el ego le infla el pecho: lo llaman “La Leyenda” –por la cantidad de muertes, al punto que los enemigos le ponen un precio a su cabeza–, pero a él no le gusta que lo pongan en ese lugar y trata de evitar a los que lo miran con admiración. De vuelta: es un tipo que tiene un trabajo para hacer, lo hace bien y punto. A otra cosa…
American-Sniper_612x380Si bien la historia real tiene una vuelta de tuerca final algo inesperada y hasta irónica –que no vamos a revelar acá si bien en diez segundos lo pueden encontrar en Wikipedia–, Eastwood siempre mantiene el eje fijo en las rutinas de su protagonista, como si la mirilla de la escopeta fuera el visor de la cámara. Nos pone ahí, en el acto, en el momento presente del combate. Las escenas filmadas en el frente son notables por su precisión narrativa, su justeza geográfica (se entiende todo, está editado con una lógica espacial irreprochable) y por la manera en la que logra trasladar al espectador a la situación. Especialmente notable es un combate tremendo y peligroso que tiene lugar en medio de una nube de humo y polvo que no permite ver prácticamente nada. En medio de ese marrón borroso, son las sombras, los bordes de los personajes los que, como fantasmas, recorren la pantalla. Metáfora más evidente que esa acerca de lo que Clint piensa de la guerra, no hay en todo el filme.
FRANCOTIRADOR es una película que requiere, especialmente fuera de los Estados Unidos, a un espectador de mente abierta que pueda por unos momentos despegarse de prejuicios políticos absurdos, de esos que llevan a decir a muchos que odian tal o cual película por ser “pro-yanqui” o banalidades por el estilo. En ese sentido, el filme de Eastwood bien podría ser un western y Kyle el hombre encargado de evitar que los indios invadan la propiedad de algún pionero. Sí, sabemos que en el verdadero Oeste el territorio pertenecía a los indios y que los invasores eran los “hombres blancos” pero eso no nos impide (o no debería impedirnos) disfrutar de esos westerns, aún cuando se tengan diferencias ideológicas. De otra manera uno termina diciendo estupideces a la manera de Quentin Tarantino que afirma odiar a John Ford por ciertas cuestiones de ese tipo que ve en sus películas. Es un reduccionismo banal y que ni siquiera refleja la complejidad de las películas de Ford.
Con Eastwood pasa algo parecido: sus películas van mucho más allá de las coincidencias ideológicas que podamos tener con su director. No solo por la brillantez de la ejecución en todos sus rubros sino por que son más complejas y ambiguas de lo que parecen a simple vista. FRANCOTIRADOR puede ser un poco simplista en su manera de mostrar al “enemigo” como un todo malvado dentro del cual no hay casi diferencias (si parece malo, es malo), pero en el fondo no es una película sobre la guerra en Medio Oriente sino una sobre la adicción a la violencia y la manera en la que la guerra se vuelve un perverso juego autocontenido (el “afuera” no existe, se sale a matar por protección o por venganza): la guerra como una suerte de videogame que nubla los sentidos y empuja a seguir jugando, como adictos, entre la vida y la muerte.