Acerca de mirar y sobrevivir en el mundo.
La nueva película de Clint Eastwood se ubica principalmente en la guerra de Irak, metiéndose de lleno en el género bélico con maestría. A cargo del personaje principal está Bradley Cooper, cada vez más sólido y bien marcado.
A esta altura, volver a invocar el fanatismo republicano de Clint Eastwood, ya con 35 películas detrás de cámaras, puede parecer un lugar común, una verdad sin vueltas reiterada infinidad de veces. Eastwood, homus ideológico sin dobleces, es un gran director, acaso el último narrador de la tradición clásica, un cineasta que en sus recientes films ya no aparece como actor, pero que tampoco cede un ápice en su visión del mundo.
Francotirador en buena parte transcurre en Irak, adonde el Navy Seal Chris Kyle (Cooper) se pondrá al frente de cuatro misiones observando por la mirilla de su poderosa arma cada uno de los movimientos de sus enemigos. Sí, enemigos que pueden ser un chico, una mujer vestida de monja o la obsesión que le quita el sueño al personaje: un francotirador iraquí tan legendario como él, otra máquina de matar entre las sombras.
Kyle es respetado por propios y extraños, se juega la vida debido a una causa y desde allí articula su discurso ético y moral, también familiar, donde jamás se esconden sus más primarios deseos. En paralelo, su esposa Tanya (Sienna Miller) y sus hijos, a los que ve poco y nada por su compromiso con la patria.
Sí, Kyle es un tipo patriótico y el mejor en lo suyo, tanto como Harry Callahan en Dirty Harry, los soldados norteamericanos en La conquista del honor o los japoneses que dejan la vida por su país en Cartas desde Iwo Jiwa, el díptico bélico de Eastwood sobre la Segunda Guerra. Pero si aquella visión por duplicado de bandos enfrentados convergía a criticar al poder que enviaba a los soldados a una muerte (casi) segura, Francotirador escarba en la psiquis de un personaje particular, que padece su deseo de estar en el campo de batalla, que omite al rebaño familiar debido a su compromiso con la patria uniformada y belicista.
En ese ida y vuelta entre lo público y lo privado, Eastwood entrega otra clase magistral de narración cinematográfica contemplando, como es habitual en él, el placer de contar una historia sin artilugios decorativos ni construcciones de relato que omitan el corazón del asunto.
El director va directo al hueso, a desnudar a un personaje comprometido en situaciones límite, a confrontar su manera de observar al mundo desde un refugio destruido por el horror. Allí no se establecen dudas ni preguntas: Kyle primero analiza y mira y luego decide qué hacer. Pero, es en ese punto donde Eastwood se destaca del resto de sus colegas que tratan temas similares: si el género bélico atañe a la derecha como ideología, Eastwood lo coloca en un lugar de tensión, anteponiendo a un soldado como Kyle por encima de las reverencias y exaltaciones heroicas que ordena y manipula una nación.