Cuerpo en guerra
Con Jersey boys, Clint Eastwood demostró que posee la sabiduría que le dan sus 84 años, pero también la vitalidad y energía de alguien de 20. Con Francotirador -proyecto inicialmente a cargo de Steven Spielberg, con quien el realizador de Los imperdonables parece tener más de una conexión-, centrada en Chris Kyle, el francotirador con mayor número de muertes registradas en la historia militar estadounidense, vuelve a demostrar, sin alcanzar la cima de su anterior obra, su voluntad de arriesgarse y explorar nuevas formas narrativas.
Si el díptico formado por La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima -ambas producidas por ¡oh casualidad! Spielberg- exploraba y ponía en crisis los discursos míticos, heroicos y bélicos desde ambos lados de una contienda, a la vez que profundizaba en los vínculos de amistad, lealtad y compañerismo entre los soldados como único sostén frente al horror de la guerra, Francotirador representa para Eastwood la posibilidad de trasladar ese conjunto de reflexiones a la actualidad, al conflicto en Irak, con un relato centrado en corporeidad particular y general. Todo está focalizado en el cuerpo de Kyle, en ese cuerpo gigantesco y musculoso, que acumula y guarda traumas, tensión y una violencia que nunca termina de liberarse, aunque esté siempre ahí, muy cerca de la superficie, a punto de estallar. Ese mismo cuerpo guarda no sólo lo que vive, sino también lo que observa: compañeros heridos y muertos, otros cuerpos dañados, mutilados, extintos. Y es, asimismo, un territorio para la configuración de un relato mítico: por algo a Kyle sus compañeros le dicen “leyenda”. El film cuenta también cómo un hombre va tomando consciencia de su carácter heroico y mítico, de cómo su figura es un artificio que motiva tanto a los suyos como al enemigo. Si en las películas situadas durante la Segunda Guerra Mundial la deconstrucción pasaba por una imagen fotográfica o una serie de cartas, acá es la propia la que se pone en duda, la que se percibe observada, la que contempla incluso la mirada de los demás, la que se ve a sí misma como alguien de carne y hueso pero a la vez extraordinaria en sus habilidades.
Estos elementos se potencian a través de dos subtramas. Por un lado, las distintas vueltas al hogar y la familia, luego de cada tour, donde Kyle no consigue abrirse con su esposa y sus hijos, mientras sufre de diversos síntomas de estrés postraumático; y por el otro, el particular duelo que se establece entre el protagonista y otro francotirador enemigo. Ambos se dan en lugares diferentes y trabajan distintos géneros -el drama familiar en un caso, el bélico y hasta se podría decir que el western en el otro-, pero confluyen en su problematización de la noción del héroe -concepto típicamente estadounidense y que Eastwood conoce muy bien, porque supo encarnarlo-, del ser solitario destacado y a la vez aislado, que es una referencia cercana y lejana a la vez tanto para sus compañeros como para su núcleo familiar, y que simboliza, representa y contiene a todo un entramado institucional, donde sobresalen los conceptos de Dios, Patria y Familia.
Se hacía mención a la cuestión corporal y lo cierto es que Francotirador es una película que se pliega a su cuerpo central, que sólo sabe accionar y poco sabe de quedarse quieto, al cual Bradley Cooper le imprime en su interpretación una impronta tan expansiva como introspectiva, con un físico imponente, casi rocoso, pero rostros y actitudes mínimos en sus expresiones. Ese cuerpo funciona como un envase vacío donde Eastwood va depositando todo lo que tiene para decir sobre ese ser que es uno y muchos, aunque la introspección a la que apela por momentos le juega en contra, en especial en el final, donde el camino que realiza el personaje de vuelta a la sociedad y principalmente a su familia no termina de ser del todo fluido.
Eastwood sigue siendo un cineasta del presente y esencialmente estadounidense, que sabe conectarse con un amplio rango de espectadores pero que resulta demasiado complejo para otros, a pesar de lo simple y directa que puede ser su trabajo de puesta en escena. Lo demuestran dos factores que trascienden un poco a Francotirador, pero sirven para pensar su recepción. En primera instancia, es llamativo cómo el film repite y potencia el éxito que había obtenido en Estados Unidos El sobreviviente. El film de Peter Berg protagonizado por Mark Wahlberg debutó con 37 millones de dólares en enero del 2013 y terminó superando con tranquilidad los cien millones. La película con Bradley Cooper tuvo un arranque espectacular -más de cien millones sólo en sus primeros cuatro días- y va camino a superar la barrera de los 250 millones, lo que evidencia que la única manera que encuentra el público estadounidense de abordar los conflictos bélicos que protagonizan es a través de las vivencias de ese público del que se sienten parte, ya que sigue siendo en extremo dificultoso adentrarse en los análisis geopolíticos. En segunda instancia, la forma en que es vista la película por parte de sectores supuestamente progresistas de Estados Unidos y de otros territorios como la Argentina, donde se lo juzga desde púlpitos morales, pidiéndole encima cosas imposibles al director. Entonces la película es rápidamente caratulada como una apología del intervencionismo y una glorificación de las acciones de los soldados yanquis, cuando el asunto no es tan simple, ya que Eastwood siempre ha sido un republicano moderado, que en este caso se permite exponer con crudeza los costos éticos, morales y principalmente humanos que se pagan con una política militarista. Que no se esté de acuerdo, es una cosa. Que se le pidan peras al olmo, es algo muy diferente.