Tim Burton vuelve a dirigir un film de animación y eso es una buena noticia. Frankenweenie es la traslación al largometraje de un corto que realizó en 1984 con actores y la anécdota del niño que revive a su perrito con un experimento científico que parodia y homenajea a Frankenstein sigue siendo deliciosa. La historia se ha expandido y vuelve a mostrar un mundo hipertrofiado por el descontrol y la estupidez, al tiempo que vuelve a reivindicar la necesidad de que exista la diversidad entre las personas, a criticar el universo utilitarista y a rescatar la necesidad del cuento, del humor y de la fantasía. Pero, por una vez, el diseño está por encima del alma de sus personajes: lo que ayer, actores mediante, implicaba la aparición del contraste al mismo tiempo terrorífico y satírico, aquí es todo uniformidad en la diferencia. La sorpresa intelectual está ausente, y si la película se disfruta de cabo a rabo es porque aún Burton es capaz de sacar un conejo gigante de la galera y regalarnos una sonrisa.