Qué bien se te ve...
La versión 1984 de Frankenweenie (el corto de media hora en que se basa la película más reciente de Tim Burton) sigue siendo buenísima, y hasta probablemente es ahora mejor que hace 30 años, porque en primer lugar parte de una idea preciosa como es “traducir” el relato frankensteiniano, del que ya se había apropiado el cine de terror clásico, al mundo de un chico. Imagínense entonces, si es que no vieron el corto, un perrito que murió atropellado y al que su dueño resucitó durante una noche de tormenta eléctrica, con costuras similares a las del monstruo de Mary Shelley que interpretó Boris Karloff en las películas de James Whale de la década del '30 (y también a dos padres preocupados que se preguntan si corresponde castigar al hijo por resucitar a su mascota, cuando después de todo otros papás tienen que preocuparse porque sus hijos “se meten en las drogas”). Si Frankenstein nunca dejar de ser un monstruo -incluso cuando es gracioso-, Sparky, el perrito de Frankenweenie, es también un juguete, una especie de peluche reparado con hilo y aguja, y esa es una idea brillante.
Además Frankenweenie, en su primera versión de acción en vivo, se muestra hoy como un compendio del cine de los '80 (con ese nene icónico que le puso la cara al Bastian de La historia sin fin) y su gusto por los géneros, y como puente entre el cine clásico de monstruos y todas las películas en las que Tim Burton volvería ese muerto a la vida en las siguientes décadas, desde El joven manos de tijera hasta, por supuesto, esta nueva Frankenweenie. Basta con ver el corto para comprender que Burton ya había entendido perfectamente cómo filmar un cuento de terror y para sentir también un amor por el cine que podía recargarlo de vida y electricidad más allá de la cita; por eso, la versión 2012 de la historia, esta vez en largo y animada pero todavía en un blanco y negro que la vuelve tremendamente real y palpable, solamente podía ser buenísima.
Especialmente en un año en que otras películas de animación como Hotel Transylvania y ParaNorman vinieron a replicar la idea de “terror para chicos” con variantes de vampiros y zombies siempre inofensivas (con sus “mensajes” dichos en voz alta, de la manera más tonta posible y que subestima la experiencia y capacidad de comprensión de los chicos, con respecto a que la muerte es nada y el mal no existe). Porque Frankenweenie, a diferencia de estas producciones, mantiene el espíritu lúdico y artesanal de la peliculita filmada por un chico que da comienzo a la historia, esa donde un perro disfrazado con una remera hace de monstruo (Burton elige cargar su mundo en blanco y negro de texturas y volverlo próximo, habitable, en lugar de impresionar con colores). Y también porque acá, como en la mayoría de las historias de Burton, la muerte existe y es un asunto triste, que implica atravesar la pérdida.
Si Hotel Transylvania quería transmitir torpemente que los vampiros en realidad son víctimas de los prejuicios humanos, y si ParaNorman contiene casi una lección ridícula de revisión histórica al enseñar que los puritanos cazaban brujas porque en realidad les tenían miedo (la compasión y la conciliación a toda costa parecen ser la norma), Frankenweenie se entrega a la locura, a la sorpresa, incluso a lo incorrecto, con personajes como el profesor pasado de intensidad que inculca ideas megalómanas y frankensteinianas en sus alumnos, o la nenita que lee premoniciones en la caca de su gato. Y Victor, por supuesto, que interpreta de modo muy literal el lugar común adulto frente a los muertos de “si pudiera lo traería de vuelta”, y pone manos a la obra para resucitar al perrito partido al medio por un auto.
A partir de ahí, Frankenweenie se vuelve gozosa como Gremlins con su pequeño pueblito ordenado que se entrega a la locura, sólo que en este caso el caos no proviene de los monstruos sino de la capacidad inventiva de los chicos, incluso de su pizca de maldad que es más que bienvenida. Así, el blanco y negro ayuda paradójicamente a destacar ese gran carnaval de los monstruos que llega a ser Frankenweenie cuando el bichito de la demiurgia se contagia a todos los chicos como los piojos, y del cementerio de mascotas-caja de sorpresas que es la película salen Godzillas con caparazón de tortuga y Sea Monkeys que ríen y se desparraman con impulsos destructores. Después, nada vuelve del todo a la normalidad, porque el mundo de Burton es uno que, a diferencia de otras propuestas actuales, admite las costuras, lo inacabado, lo que no cierra y que precisamente por eso respira.