El porvenir
Una famosa actriz decide reunir a sus seres queridos durante un viaje familiar muy particular al que asisten su actual marido y su ex, sus hijos de diferentes matrimonios, su nieta y una amiga estadounidense para disfrutar los idílicos paisajes costeros de Sintra.
Con el tono agridulce de un relato veraniego de Rohmer, y con la maestría de Ozu para capturar la belleza trascendental de los pequeños gestos, Ira Sachs elabora un contenido y emotivo acercamiento a un instante de la existencia y todas sus vicisitudes: la complejidad de las relaciones humanas y cómo la acumulación de ínfimos pero significativos momentos influyen en la formación de un individuo, algo que Sachs y su coguionista Mauricio Zacharias ya habían abordado en Por siempre amigos, película que revela un costado humano con un nivel de sutileza pocas veces visto en cine.
Probablemente no exista una actriz que sea capaz de trasmitir el desprecio y la indiferencia con tanto encanto como Huppert. Esto, sumado al tono de despedida que revolotea en toda la película, y a esa ciudad de ensueño con sus bosques y fuentes con aguas milagrosas, hacen de Frankie y de su estreno en salas un milagro en sí mismo.
Huppert está tocando el piano mientras su esposo la escucha pero sin que ella se percate, luego se sienta a su lado sin poder contener el llanto; esa escena es uno de los momentos más emotivos y desoladores de la película, junto al plano general del final, que alumbra a la distancia con heroica serenidad los misterios de la existencia humana, del fluir inagotable de la vida, la belleza de cada instante compartido.