Un drama inmobiliario
En Frankie, la primera película que filma fuera de Estados Unidos, Ira Sachs vuelve a poner en escena un cambio de domicilio.
“Uno no ama menos un lugar por haber sufrido en él”, escribió Jane Austen en Persuasión, en 1816. En el cine de Ira Sachs los espacios definen a los personajes. No para siempre, porque en las películas de este director estadounidense de 54 años nada es eterno, y menos un contrato de alquiler. Todo es temporal: el goce, pero también el sufrimiento. Sus relatos son dramas inmobiliarios que no excluyen los conflictos vinculares. En el universo de Sachs las personas también son lugares. Ambientes en los que uno quiere quedarse a vivir por mucho tiempo. El amor es un refugio, un techo que nos protege de las tragedias sin razón. Aquellas que irrumpen en la cena como si una enorme y pesada araña colgante se desplomara sobre la mesa familiar. El dolor es ineludible, las mudanzas también. En Love is Strange, estrenada en 2014, un matrimonio gay debe abandonar su hogar donde vivieron por más de veinte años. Hallar el departamento que puedan pagar no es sencillo, y hasta entonces deben dormir separados, lejos uno del otro, habitando casas prestadas. “Cuando vives con las personas, acabas conociéndolas más de lo que quisieras”, le dice Ben (John Lithgow) a George (Alfred Molina), agotado de convivir con sus sobrinos. Incómodo de estar no solo a kilómetros de su marido, sino del ritmo del hogar que perdieron. En cada película que filma, y co-guiona en dupla con Mauricio Zacharias, Ira Sachs parece hacer la misma pregunta: ¿cuánto dura la espera?
En Little Men, estrenada en Argentina en 2016 con el título Por siempre amigos, dos familias se relacionan bajo la tensión de una propiedad. La muerte del propietario de una tienda arrincona a una comerciante latina de bajos recursos a renegociar las condiciones de alquiler del local con los nuevos dueños. Un contrato que triplica el valor que ella puede afrontar. Al igual que el cine de Nicole Holofcener, en la películas de Ira Sachs el dinero condiciona a los personajes en sus relaciones. Entre el deseo y la frustración hay un corto camino. Los hijos de ambas familias edifican una amistad cómplice, intensa como la de dos amantes. Un amor inclasificable que se ensombrece con la amenaza de desalojo. Dos personas que son separadas a causa del enfrentamiento de sus padres. Una posible versión contemporánea de Romeo y Julieta, con monopatines y patinetas, donde la lucha por permanecer juntos reside en una huelga del habla. Recordando la estrategia de ese par de niños protagonista de Buenos días (1959), una de las últimas películas de Yasujiro Ozu.
Jordan
Frankie quiere ser una despedida alegre
En su noveno largometraje, Frankie, la primera película que filma fuera de Estados Unidos, Sachs vuelve a poner en escena un cambio de domicilio: una familia de tres generaciones se traslada a una ciudad de Portugal, Sintra. No son vacaciones, es un viaje de despedida. Es la última vez que convivirán como clan. En pocos meses, Frankie, la matriarca de esta familia, interpretada por una intimidante Isabelle Huppert, ya no estará de cuerpo presente en las discusiones inmobiliarias. Esta madre, abuela, esposa y ex esposa debe planificar con frialdad, pero no por eso con poco amor, cómo serán sus últimos recuerdos. Cuáles serán las postales que elija antes de morir para apretujarlas contra el pecho adentro de su tumba. ¿De qué manera se organiza una despedida? Como una mudanza: la fusión equilibrada entre emoción y practicidad. Frankie necesita dejar a su familia en orden, tener la certeza de que sabrán ser felices sin ella. Al igual que cuando uno cambia de casa, la protagonista guarda los sentimientos en cajas de cartón. No es represión, es preservar la intimidad de sus pertenencias. Y en el cine de Sachs los personajes solo son dueños de su pasado. Un ayer que, en oposición a otros directores, no los ancla sino que funciona como una catapulta que los lanza con envión a un futuro habitable.
Mirar el bosque
Todavía no se han inventado las despedidas alegres. Frankie intenta ser la primera en hacerlo, pero la cercanía de su muerte desorienta la seguridad de las personas que la aman. Sin embargo, en el cine de Sachs, la muerte nunca es una tragedia. Es parte de la vida. Como acostumbrarse a un nuevo código postal o empapelar las paredes del living. Cuando Frankie habla de su enfermedad, el director de fotografía encuadra a la protagonista en un fondo de mosaicos hipnóticos. No es un plano al azar: hay en esa imagen compuesta por el portugués Rui Poças, quien tatuó estampas de época en Zama (2017) y Tabú (2012), la esencia del director indie. Ubicar una situación angustiante en un paisaje luminoso. Nada es lo suficientemente triste como para no ver la belleza que nos rodea. Sea tangible o metafórica. Cuando en Love is Strange Ben muere antes de poder volver a dormir en la misma cama con su marido George, Sachs le regala a esa pareja serena una última noche feliz. Al despedirse en la entrada del subte, Ben baja las escaleras y George se queda solo viéndolo ir. Si en la secuencia de una película un personaje desciende la muerte no tardará en llegar. Sin embargo, la escena posterior no es el velorio ni el funeral. Porque esa ceremonia formal pesa mucho menos que la inolvidable velada que pudieron compartir luego de elegirse durante 39 años. El cine de Sachs está hecho de gestos. De esas pequeñas cosas que le dan sentido a sobrevivir al dolor.
Envejecer es no morir
Al igual que en Love is Strange, en Frankie el director pone el foco en los cuerpos arrugados. No es común apreciar en el cine estadounidense la vida sexual de los viejos. Salvo en las películas de Sachs, donde envejecer no es una condena sino otra forma de mutar. De conocerse de nuevo. Cambia el cuerpo como cambiamos de casa. Como afirmó Emily Dickinson: “La vejez aparece de repente, y no gradualmente como se piensa”. Los personajes reciben la vejez como los reptiles cambian la piel. No es un desenlace, es otro otro comienzo. Rui Poças resume la historia de amor madura de Frankie y su marido, Jimmy (Brendan Gleeson), en un largo plano secuencia sin diálogos. Retrata con suma cercanía, con luz de día y sin adornos, cómo se relacionan sus pieles. Aquellas que dejaron de ser tirantes hace años. Una escena tan íntima que hasta podemos sentir la textura de las sábanas de hotel. Los viejos también se calientan, cogen, porque son cuerpos deseantes. Ese es uno de los manifiestos más revolucionarios del cine de Sachs: con sus sutilezas es capaz de mostrarnos una nueva casa donde vivir. Lejos de prejuicios y certezas. En sus películas la incertidumbre se apropia del relato: los personajes no se casan con una identidad sexual. No importan los rotulos sino las experiencias. Nadie sabe si Tony y Jake, los adolescentes de Little Men, están enamorados o solo son amigos. O, tal vez, ambas cosas a la vez. No hay una única definición de amor, por eso Sachs se ocupa siempre de mostrar cómo se atraviesa una relación, estable o recién inaugurada, a partir de personajes con edades distantes.
Refundar el final feliz
A diferencia de sus anteriores películas, Frankie no narra la mayoría de las escenas en interiores, en habitaciones o cocinas, sino en paisajes arbolados y playas turísticas. Los personajes caminan sin pausa como si estuvieran siendo perseguidos. La quietud no fue invitada a ese viaje donde las valijas están repletas de miedo y nostalgia. Si en una comedia romántica el objetivo es el esperado beso de la pareja protagonista, en Frankie el fin es la unión de una familia que no sabe cómo funcionará sin la mujer líder. Y Sachs es generoso en su mirada esperanzadora, un maestro para equilibrar la alegría con el dolor. Tal como lo hizo en Love is Strange con esa última noche, y en Little Men con la unión secreta que seguirán teniendo los adolescentes, en Frankie hay una escena de pensamientos silenciosos que logra contener tanta tristeza. Jane Austen falleció 180 años antes de que Ira Sachs filme su primera película. Sin embargo, esta frase de su autoría describe a su cine como si lo hubiera conocido: “Cuando el dolor ha pasado, muchas veces su recuerdo produce placer”.