"Franklin - Historia de un billete": un policial sin sorpresas
Después de una condena, un exboxeador con rasgos de antihéroe se enfrenta a un pequeño infierno.
El prólogo marca el tono de las durezas por venir: Correa (Germán Palacios) no muerde el polvo en el round asignado de antemano y quien maneja su carrera como pugilista le hace saber, sin demasiadas vueltas, que así la cosa no va a andar. Cinco años más tarde, luego de los títulos de apertura, Correa ya no boxea pero sigue recibiendo las órdenes de Bernal (Daniel Aráoz), ahora como matón y hombre para todo del jefe. Algo sale mal y el protagonista, que a esa altura ya proyecta todas las señales del antihéroe, termina detenido y condenado. La elipsis siguiente es de tres años. Correa sale de la cárcel, después de haber guardado silencio y demostrado así su lealtad, y frente al portón lo espera Rosa (Sofía Gala Castiglione), una prostituta que forma parte del conglomerado de Bernal y que supo ser amante del expresidiario. Al mismo tiempo, la ópera prima de Lucas Vivo García Lagos va presentando a otros personajes, mayores y menores, que formarán parte del pequeño infierno de los siguientes días, cuando las deudas presentes y pasadas conjuren la inminencia de la redención o la muerte.
Franklin – Historia de un billete anuncia desde su título la proliferación de la moneda estadounidense en la trama y en pantalla, incluido un simbólico billete de cien dólares manchado con sangre. A tal nivel, que el constante intercambio de dinero no contempla la aparición de un solo peso argentino. El del film, creado desde el papel por los hermanos Walter y Marcelo Slavich (guionistas de las series Epitafios y Sr Ávila), es un mundo de corrupciones, violencias y criminalidades, grandes y pequeñas. En otras palabras, un universo que adhiere de pies a cabeza a las normativas de ese género cinematográfico, tan amplio como diverso, usualmente llamado “policial”. La vertiente elegida es seca, pariente lejana de los noir del pasado, pero con más de una referencia a las películas del primer Tarantino –allí están los cruces de personajes en principio independientes y el humor agazapado en la crudeza– adaptadas al medio local, con un lunfardo aggiornado y esa marginalidad de gran espectáculo transformada en tópico por series de tevé como El marginal. Para los cinéfilos, un guiño, alguien de renombre tremebundo apellidado Perrone; para las nuevas generaciones, un cameo de L-Gante.
Más allá de la tendencia a destacar los tonos cobrizos, que puede apreciarse en una buena cantidad de películas contemporáneas, la fotografía digital de alto contraste de Luciano Badaracco ayuda a crear el clima de jungla de asfalto en el que se mueven los personajes, con rodaje en locaciones de La Boca y alrededores sureños. A fuerza de presencia, Palacios y Gala logran convertirse en algo más que los simples arquetipos diseñados por el guion, que avanza por los caminos diseñados sin correrse demasiado de lo previsible y derivativo, pero con buen ritmo. Correcta y, como suele decirse, “profesional”, Franklin ofrece un relato relativamente atractivo, sin sorpresas aunque funcional a las expectativas.