No menciones la guerra
Frantz (2016), ambientada en la inmediata posguerra de 1918; versa sobre el trauma de la guerra, siempre retratado con un halo de misterio e imprecisión.
La historia sigue a Anna (Paula Beer), una joven alemana que acaba de perder a su prometido, Frantz, en la Gran Guerra. Vive con los padres de su difunto novio, que la tratan de hija. Un día llega a la casa un francés, Adrien (Pierre Niney), quien dice haber sido amigo de Frantz. Al principio hay reticencia en la familia en recibir a un francés – sobre todo el padre, el doctor del pueblo – pero Adrien comienza a alegrar el hogar con las historias de él y Frantz y lo aceptan en el seno familiar.
Aquí se pone en juego un recurso interesante que remite al de una de las películas anteriores del director François Ozon, En la casa (Dans la maison, 2012) – las ficciones engañosas como válvulas de escape, la forma en que se perpetúan complacientemente, y la validación del bien fundado en la mentira. De entrada se sabe que Adrien no está siendo totalmente sincero y que hay varias capas de mentiras y verdades por depurar. Ciertos giros de la trama llevan a Anna a construir su propio relato y presentarlo a sus padres adoptivos – los cuales, a su vez, les toca lidiar con la presión social del pueblo.
Mientras la historia se sostiene sobre este eje funciona perfectamente. Pero el último trecho de la película se alarga innecesariamente; hasta el último minuto se siguen introduciendo personajes, conflictos y puntos de giro de manera que la intención de la historia va perdiendo fuerza y claridad. Hacia el final la película apuesta todo a una historia de amor por la que es difícil interesarse, en parte porque surge a tan corto plazo, en parte porque se siente más pragmática que pasional.
Tampoco queda muy bien la decisión de teñir el blanco y negro de la película a color en ciertas escenas. Por qué algunas escenas son coloreadas es un misterio. A veces parece que se trata sencillamente de colorear flashbacks, o puntos de giro, o algo tan nimio como momentos de felicidad, pero por cada teoría hay al menos una excepción problemática. El final de la película también vira a color en lo que debe ser un intento de clausura genial. Signifique lo que signifique, el recurso es vulgar.
La película de François Ozon funciona mientras se apega a las reglas de juego. Ni bien se despista decae notablemente.