El cuarto hombre
Este nuevo opus de François Ozon, director de “La Piscina” (2003), “Bajo la Arena” (2000) o “Joven y bella” (2013), entre otras, termina de confirmarlo y posicionarlo como uno de los directores más eclécticos, a simple vista, del cine actual. El eclecticismo está dado por las historias y modo estético que le imprime a cada una, y no en relación a su cortesía constante al mundo femenino, que siempre afluye y fluye en sus filmes. Al mismo tiempo que productivo, con casi una realización por año.
El puntapié inicial de “Frantz” se podría buscar en una pelicula realizada por Ernst Lubitsch en 1932, “Broken Lullaby”, un drama establecido entre las dos guerras, conocido en español como “Remordimiento”, siendo una rareza en la filmografía del director alemán .conocido por sus comedias.
El original, filmado antes del estallido de la segunda guerra en 1939, era una clara alusión a esa posibilidad de otra gran guerra, que luego se concretaría. Pero el título se podría traducir “Cuna rota”, en referencia a la muerte del hijo, y todo se establecía en el dolor de ese padre que perdió a su único descendiente en la guerra, y en segunda opción la novia que perdió a un novio. Luego recién se establecía la acción en busca de expiación de culpas y solicitud de perdón en el cuerpo del soldado francés.
Si bien el filme del director francés hasta podría ser tomado como homenaje al de Ernst Lubitsch, por el uso del una estética mayormente acromática desde el punto de la ausencia de color. También dispara otras posibilidades de lecturas, pues no se podría denominar en blanco y negro. Tiene saltos al color que no constituyen una vida anterior en formato de flashback.
En “Frantz” todo transcurre en 1919. Adrien Rivoire (Pierre Niney) viaja al pueblo de quien fuera en vida Frantz, hijo de alguien, novio de otra, su intención es ir a pedir perdón por haber matado al joven alemán, en una trinchera. Lo mueve la culpa, la relación especular con su víctima toma forma de cartas que éste poseía al momento de su muerte. Mientras establece a base de mentiras piadosas por no poder afrontar la razón del viaje va construyendo una incipiente relación afectiva con la novia Anna (Paula Beer) y los doloridos padres.
Todo lo vivido tiene un trabajo de color virando al gris, no se ajusta al blanco y negro de manera exacta, la vida es gris. Lo que se establece como relatado por los personajes, cada uno a su tiempo, va a tener tintes cromáticos pasteles. La vida es gris, los relatos pueden tener algo de color, nunca brillantes, sería una posible interpretación.
Si en la de Lubisch el sentido lo da el recorrido de un padre dolido con odio hacia cualquier cosa de origen francés, hacia el perdón y elaboración de la perdida, si fuese posible, de ahí “la cuna rota,, en la de Ozon el nombre de la persona desparecida, “Frantz”, jugaría como nexo entre todos los personajes, el padre, el soldado francés, el nuevo pretendiente de Anna, una presencia en ausencia de un peso que agobia.
Filmada con mucha delicadeza formal, narrativa, aplicada en su diseño sonoro, las posiciones de cámara, los planos y el montaje. El trabajo de sonido y la banda sonora también están constituyendo discurso, no es casual poder adivinar, a partir de una reformulación en piano primero y orquesta de cuerdas después, algunos fragmentos de la novena sinfonía de Beethoven, en donde se podría reconocer el “Himno a la alegría”, con el coro cantando “todos los hombres son hermanos”. Para más datos la escena transcurre en una estación de tren. Si desea presten atención. No es casual.
Todo en esta producción es de un altísimo nivel, pero sobresale en su noción todo el arte, apoyándose en la luz y en el anteriormente mencionado trabajo a/cromático. Siendo su mayor sostén además de lo expuesto, las actuaciones.
(*) Realizada en 1983, por Paul Verhoeven.