Dos grandes corazones.
Franzie contrata a Emanuel para que la acompañe cuando, debido a una enfermedad, deja de trabajar. Aunque joven, ella tiene cuentas pendientes y él ha fracasado como escritor. Ambos personajes y la relación que traban es el tejido principal del segundo filme como directora de esta rosarina. Y mientras los deseos conectan a los protagonistas, un guión estirado hace rudo el esfuerzo por comprender su psicología. Más aún cuando una historia se estructura en la lenta construcción de las dos criaturas y, a la usanza del teatro, apoya todo el dramatismo de la obra sobre sus espaldas. Es allí donde Mimí Ardú se diferencia de Enrique Liporace, quizás, debido a una marcación actoral demasiado libre. Lo demás es un relato mínimo sobre grandes corazones.