Frenesí multijugador
Ryan Reynolds, simpático actor de comedias mediocres, y Shawn Levy, mediocre director de comedias simpáticas, unen fuerzas para crear una comedia romántica de acción y ciencia ficción que hace un poco de todo y no sobresale en nada.
En esencia la película es una nueva versión de Ready Player One (2018) - ambas comparten el mismo guionista, Zak Penn - que toma la perspectiva no de un jugador sino de un personaje ficticio atrapado en el juego. Mirando a través de unas gafas especiales, Guy (Reynolds) descubre que su realidad es virtual y que puede adueñarse del pasivo rol que ha sido forzado a interpretar toda su vida a la sombra de las personas jugando y abusando de él.
Las gafas ideológicas son un préstamo de ¡Sobreviven! (They Live, 1988) pero la crisis existencial de Guy es en comparación tibia, y la comercialización agresiva que la película critica por un lado es empleada libremente y sin ironía por el otro. Las reglas del juego son claras pero no muy consistentes: la emoción de cada escena dicta su lógica y las emociones que maneja la trama tienden a lo frívolo.
El resultado es una emulación fiel del frenesí multijugador, completo con un tono caótico y un ritmo hiperactivo. Lo que se pierde con una trama de manual se recupera en parte con personajes simpáticos y hasta entrañables. La premisa es interesante, exprime sus mejores ideas al principio, pone sus chistes más graciosos en el fondo (abundan los gags visuales) y le da rienda suelta a Reynolds para que se regocije en el papel de afable idiota que ha amaestrado tan bien.
Acostumbrado ya el cine del espectáculo a las realidades virtuales y panorámicas digitales, Free Guy: Tomando el control (Free Guy, 2021) luce las suyas sin mucho asombro. Las ironías y contradicciones de los videojuegos rinden más risas. Cuenta también con un surtido de apariciones especiales, algunas graciosas y otras puramente autorreferenciales. La voraz monopolización del entretenimiento no deja mucho lugar para las sorpresas, pero hay aunque sea un par efectivas.
Ryan Reynolds se ha convertido en una suerte de marca registrada para la comedia. Ya esté haciendo de Deadpool o poniendo la voz a Pikachu sus películas garantizan el mismo resultado una y otra vez: irreverencia en moderación, una eterna puja entre cinismo y cursilería, y siempre marcando el rumbo hacia un territorio concreto, conveniente y sobre todo familiar.