Ryan Reynolds toma el control de nuestros corazones en “FREE GUY”, una comedia romántica que mezcla estilos, estéticas y temáticas como nunca antes.
La película trata sobre un videojuego multijugador masivo llamado Free City. En este, a diario, se conectan millones de jugadores para cazar recompensas, perseguir objetivos e interactuar a través de identidades virtuales. El creador de este juego, Antoine (Taika Waititi), parece esconder un gran secreto dentro de él. En la búsqueda de esos secretos, Molotov Girl (Jodie Comer), ayudada por Keys (Joe Keery), un desarrollador de software que trabaja para Antoine, conoce a Guy (Ryan Reynolds) dentro de la plataforma gamer, cambiando las vidas de los tres para siempre.
Lo primero que debemos mencionar es que la historia es original, divertida, y el guion, más allá de algunas ocasionales fallas de lógica, es espectacular, dinámico, imaginativo y sincero. Ambas realidades, la del videojuego y la concreta, son narradas de forma paralela, de una forma completamente absorbente. Los diálogos poseen la dosis justa de humor inesperado que te hace acordar un poco al estilo de humor de ‘Deadpool’: la participación de Reynolds como productor es notoria. Lo que más sorprende es que, a pesar de todas las estimulantes escenas de acción, el film persiste como comedia romántica, y ese es un logro en sí mismo.
La cantidad de referencias a la cultura pop actual, ya sean grandes personajes de franquicias de cómics, o personalidades célebres de Twitch, es exorbitante. Además, Free City, en la trama, es un juego en que los jugadores pueden tener ‘skins’, o aspectos personalizados para su avatar. Esto brinda un valor agregado de creatividad plena, en donde la cultura online se ríe de sí misma. Esta película se vende sola, convence, e inesperadamente, introduce una perspectiva algo crítica sobre las grandes empresas creadoras de videojuegos y su afán por vender sin realmente brindar entretenimiento valioso a sus usuarios.
Por otro lado, es destacable cómo el CGI (imágenes generadas por computadora) ayuda a construir la trama. Se usa de forma colaborativa con toda la técnica, sobre todo, la fotografía, con escenas complejas y delicadamente coreografiadas, generando fotogramas que refuerzan las situaciones dramáticas. La imagen está llena de luz y colores; elementos que ayudan a diferenciar las dos realidades. Las paletas de colores son algo predecibles, pero funcionan. El montaje es exquisito, haciendo que, en múltiples ocasiones, el espectador sienta que está jugando Free City o viendo un stream en Twitch.
Hace mucho que no veía una historia pochoclera como ésta que sea tan buena y no deje cabos sueltos o tenga hoyos en el guion. Disfruté cada segundo, el final es una joyita. Vayan a verla el próximo finde largo, ya que no tiene desperdicio.
Por Carole Sang