Guy (Ryan Reynolds) es la persona más feliz del mundo. O, al menos, de su mundo: una pequeña ciudad hiperviolenta donde los comportamientos de todos y todas se repiten con precisión relojera. Por ejemplo, cada día, siempre a la misma hora, una vecina llama a su gato perdido. Algo raro hay en esa dinámica. Pero a Guy no le importa, y cada mañana se pone el uniforme de cajero bancario para atender a cada cliente con su mejor sonrisa de publicidad de dentífrico. Hasta a los ladrones que usualmente vacían la caja fuerte les sonríe.
Sucede que Guy, en realidad, es un “extra” dentro de un videojuego estilo Grand Theft Auto al que los usuarios “reales” ingresan para circular con sus avatares digitales. Como en The Truman Show, el protagonista de Free Guy debe enfrentar su destino hasta entonces manipulado. Lo hace utilizando a su favor el “error” de programación que permitió que estuviera ahí, alertado por una misteriosa chica que no es otra que una de las programadoras.
Sucede que, en realidad, el error no fue tal, sino una parte del juego diseñada por un empleado de poderosa empresa de programación que robó su jefe (Taita Waititi), un villano al que solo le interesa el dinero. Un producto surgido de la cantera de Disney (vía Twentieth Century Studios) mostrándose crítico con las corporaciones: la coherencia, te la debo.
Pero el director Shawn Levy, como buen veterano del cine familiar (fue el responsable de Una noche en el museo y Gigantes de acero, entre otras películas), se mueve con soltura por el terreno de la comedia leve, imprimiendo una cercanía notoria con su protagonista. Guy es un tipo querible, y es casi imposible no “hinchar” por él cuando se enfrente a los obstáculos que pongan en su camino para intentar borrarlo. El resto es conocido: un despliegue visual apabullante, un ritmo narrativo que no decae y, claro, las puertas abiertas para una secuela.