Ryan Reynolds es un muy buen comediante, lo que quiere decir que también es un muy buen intérprete. No llega a ser, por ahora, como Tom Hanks, que es amigo de todos en la platea, no importa la edad, pero al canadiense de La propuesta, Duro de cuidar y hasta Deadpool es imposible que a alguien le caiga mal.
Como al Jim Carrey de The Truman Show. ¿Quién no simpatizaba con el personaje que se encontraba, sin saberlo, metido en un reality show?
Como en aquella gran película de Peter Weir en la que Truman no sabía que era parte de una maquinaria, Guy es un tipo (guy, en inglés, significa eso) que tiene una vida normal y hasta aburrida y rutinaria -de nuevo, como Truman-. Pero en verdad es un personaje no jugador de un videojuego.
Hasta que -y sin los hasta que, o los pero, las comedias costumbristas no saldrían de su formato y derivarían en otra cosa- un buen o mal día deja de despertarse, levantarse, hacer las mismas cosas, inclusive en su puesto de cajero del banco, que siempre, pero siempre es asaltado. Sea por una casualidad o una falla en el algoritmo, Guy evolucionó, y alcanza un estado de Inteligencia artificial en el que maneja el libre albedrío.
Y si él no entiende qué le pasa, imagínense los programadores del videojuego, Millie (Jodie Comer) y Keys (Joe Keery) y hasta al dueño de la compañía (Taika Waititi) que estafó a los diseñadores.
No queda otra: Millie deberá ingresar al juego como jugadora, y una vez en el juego, bueno, que pase lo que Dios o los guionistas quieran.
Que es algo bastante descontracturado y caótico.
Una buena idea
La idea de producción es buenísima: juntar a un guionista de comedia animada -Matt Lieberman, de Los locos Addams y Scooby- con uno del universo de los cómics -Zack Penn, de varias de las X-Men) y darles la premisa de que el mundo de los videojuegos se entremezclara con la inteligencia artificial y algo parecido a la realidad.
Ofrecerle el paquete a Shawn Levy, realizador de la saga Una noche en el museo, que sabe de lo que es tratar de conjugar realidades distintas -y también director de varios capítulos de Stranger Things, de donde saltó Joe Keery-. Sumar un poco de humor, otro tanto de aventura, algo de acción, varios destrozos, muchos, pero muchos colores saturados, un diseño de producción (por computadora) alucinante y un elenco de adictos a la comedia, con excepción de Jodie Comer.
Y eso que Comer, que interpreta a Villanelle en la serie Killing Eve, y no proviene precisamente de la cantera humorística, cumple y con ganas con su papel.
Y, además, Free Guy es una comedia que no se plantea como The Truman Show ningún tipo de crisis existencial, a lo sumo arriesga que, precisamente, el que no arriesga, no gana, y que cada uno debe ser el conductor de su propia vida.
¿Muy elemental el mensaje? Seguro, como que Free Guy es un entretenimiento puro, destinado a un público premonitoriamente de chicos y adolescentes, con muchos guiños en lo que se ve, de fondo, en el videojuego.
Hay varias sorpresas por ahí en las casi dos horas de la proyección. Sólo digamos que hay cameos y personajes de otros “universos” tomados y amablemente prestados.