La indiscreción europea de Angelina
Angelina Jolie Pitt (ahora usa su nombre de casada; en rigor de verdad, su apellido de soltera es Voight) venía del drama bélico en sus dos primerias cintas de ficción, y para esta tercera producción viró para otro lado. En “Frente al mar”, Jolie apuntó al drama europeo y psicológico, con una estética bien definida que se remonta a los tiempos de la Nouvelle Vague. Y ése es el fuerte del filme: la actriz devenida en directora tuvo muy en claro el repertorio de recursos visuales y temáticos que quiso plasmar.
En el arranque no podemos dejar de pensar un poco en “Antes de la medianoche”, la tercera entrega de la saga generacional de la tríada Linklater-Hawke-Delpy: una pareja (él es escritor) llegando a un lugar paradisíaco de acantilados y mar con escalinatas de piedra y terrazas al aire libre, con sus problemas relacionales a cuestas. Pero acá no estamos en Grecia sino en Francia (en realidad se rodó en Malta), en algún punto entre los ‘60 y los ‘70 donde la protagonista (la misma realizadora) puede andar de sombrero con pañuelo y gafas Yves Saint Laurent tamaño Victoria Ocampo, pero la “chica joven” ya se decanta por los hot pants con botas de caña alta.
Para más clasicismo europeo, la fotografía es luminosa (y natural, obra de Christian Berger, lugarteniente de Michael Haneke) y la cámara trabaja en planos amplios, que abarcan el paisaje y los interiores junto a la figura humana (contra los planos cortos y granulados, tan de moda aujourd’hui), quizás algún tímido travelling. Lo más osado es algún contraplano rápido y algunos flashes aquí y allá. Por supuesto, se fuma mucho (no tanto como en “Sin aliento” de Godard), se bebe más y se tiene sexo con Simenon de fondo en la televisión (la música de Serge Gainsbourg suena aquí y allá, en su voz o en la de otros intérpretes). La languidez de Jolie (con los ojos más grandes que nunca) se contrapone a la frescura de Mélanie Laurent. Y se espía: lo que nos lleva al relato propiamente dicho.
Susurros y silencios
Roland y Vanessa forman una pareja neoyorquina que llega al lugar de marras en busca de inspiración para él, con la medicada depresión de ella, ex bailarina. Vanessa se arrastra de la cama al balcón y él sale a buscar ideas y alcohol, de la mano de un veterano barman. Más o menos siguen así hasta que la habitación de al lado es ocupada por unos recién casados, François y Lea, que despiertan la curiosidad de los estadounidenses, que se relacionarán con ellos desde el voyeurismo y la frecuentación. A partir de ahí veremos desplegarse el trauma que aqueja a la primera pareja, “aquello de lo que no se habla”; algo que no contaremos aquí pero que se sospecha durante un buen rato del metraje.
Y decimos “buen rato” porque “Frente al mar” dura 132 minutos de un desarrollo algo moroso. Y por ese lado tiene su principal falencia la película. Jolie se esfuerza por sumar el universo de significaciones que referimos más arriba, una trama que se despliega en pequeños gestos y acciones repetitivas, y una búsqueda por explorar la psicología de los personajes, con éxito en algunos pasajes. Pero se podría haber apuntado a un poco más de síntesis y ritmo, en el guión o en el corte final.
Minimalismo actoral
A alguno le parecerá raro que Pitt y Jolie interpreten a una pareja en crisis y falta de sexo: “Si estos se aburren de tener sexo, ¿qué nos queda a nosotros?”, dijo alguna vez Tina Fey cuando Brad se separó de Jennifer Aniston; y vale ahora para esta nueva unión; que nació justamente hace diez años con el rodaje de “Sr. y Sra. Smith” (desde entonces no trabajaban juntos). Mucha agua ha pasado bajo el puente, y ambos se han probado como artistas maduros e intérpretes solventes. Así, la ira contenida y la tristeza de él asoman en los ojos ojerosos, y la depresión de ella se plasma en poses pétreas: la procesión va por dentro, y la inercia glacial es la forma exterior que toma ese mal existencial.
Mélanie Laurent (la misma de “El concierto”, lanzada al gran mundo por Quentin Tarantino en “Bastardos sin gloria”) es la contrafigura de Angelina: su belleza es propia del cine francés (delgada, poco busto, mucha sonrisa), y le pone condimento a la cosa. Un poco menos de gracia tiene Melvil Poupaud como François, en su aporte al juego de interacciones. Y como aporte externo está el de Niels Arestrup como Michel, el que le sirve los tragos a Roland: un interesante despliegue para un personaje muy secundario.
En síntesis: una interesante excursión expresiva de Jolie, que se dio el gusto de meterse en el mundo del cine que miraba su mamá, según dijo por ahí. Si tiene el olfato justo para esquivar los bemoles que conlleva el cine de autor, quizás tenga mucho para dar en esta nueva faceta creativa.