En su tercer largometraje como directora Angelina Jolie Pitt (tal el nombre con el cual firma esta vez) se mete de lleno en la temática de los conflictos de pareja, particularmente en las que llevan mucho tiempo de convivencia. Una doble apuesta si se tiene en cuenta que el actor elegido para hacer de su marido, es su marido en la vida real.
El matrimonio conformado por Vanessa (Angelina Jolie) y Roland (Brad Pitt) llega a un precioso páramo de la costa francesa en el cual se alojarán para “desenchufarse”. Hay poco diálogo entre ellos, escasas miradas, y hasta se diría que nada de contacto físico. Nada de nada pese al deseo de él de poder res
Pero algo anda mal con Vanessa. Desde el comienzo la tenemos en un registro que denota una gran pena de la cual no se puede recuperar. Ella es bailarina, él un escritor casi consagrado que aprovecha este viaje para buscar inspiración. Seamos honestos, desde la butaca barajamos algunas opciones ya. Los espectadores vamos a hacer la pregunta inmediatamente luego de verla a ella triste, con la mirada perdida y tomando pastillas.
¿Qué le pasó?
La negación a que esto ocurre en la platea es el camino menos aconsejable que la directora toma, porque el tratamiento que le da a “Frente al mar” establece códigos en los cuales “dice” que en cualquier momento se sabrá una verdad que ya es anticipada una hora y pico antes por el uso del sentido común. De nada ayuda emplazar la historia en la década del ‘70, cuestión buscada para evitar que celulares, redes sociales y computadoras interfieran con el estado de pena y dolor por el cual atraviesan los personajes. Así, para el momento en que sucede el punto de giro (la llegada de una pareja más joven, con más vida y más ilusiones como factor de oposición), el ritmo, ya de por sí lento, se ralenta aún más.
Es loable la utilización de los contrapuntos en el tratamiento de la imagen. La extraordinaria dirección de arte de Tom Brown y Charlo Dalli, sumada a la fotografía de Christian Berger (tanto en interiores como exteriores), funcionan como el contraste perfecto de la oscuridad interna del estado de ánimo de ésta pareja. Solamente la pareja de al lado, y en especial la forma en la cual se vincularán, le pone algo de especias a una vida que ya parece derrotada.
El problema en el cual cae “Frente al mar” es la auto compasión para con el personaje de Vanesa, que no solamente está apoyada por los intentos de rescate de Roland, sino también en la actitud preciosista de los planos que lejos de ser un reflejo de la fragilidad buscan sumar fotogramas para la cartelera, así, lo que vemos pasa a ser externo, superficial, y si bien es cierto que las transiciones en las escenas del bar del hotel aportan la cuota de escapismo para una vida que desde la clase alta debería ser más simple, también lo es que se vuelven situaciones que agotan su poder narrativo.
De esta manera, el motivo del dolor llega al espectador sin el peso específico del mismo. Al menos no con la suficiente fuerza como para justificar todo lo visto anteriormente, y al no explotar la situación que dispara
“Frente al mar” es eso, un plato refinado que se ve lindo y apetitoso, pero que no tiene el mismo gusto.