Gente rica filmando
Me imagino una conversación entre un par de ejecutivos importantes de Universal, el estudio que financió Frente al mar. Uno de ellos, quizás un poco ingenuo, le pregunta a otro por qué demonios se terminó poniendo guita para una película que estaba destinada a ser ignorada. El otro le contesta algo así: “y bueno, perdimos sólo diez millones de dólares y dejamos contenta a Angelina. Acordate que ganamos mucho más con otras pelis que hizo para nosotros”. Dejo volar la imaginación porque la conclusión me parece obvia: Angelina Jolie venía de cosechar un pequeño suceso con Invencible, y a continuación quiso rodar una peli con su marido Brad Pitt durante su luna de miel. Y Universal, como pequeño premio, puso el dinero necesario para hacerlo. Allá ellos, dispuestos a perder unos cuantos millones para satisfacer el capricho de una realizadora a la que se le ocurrió una historia totalmente autoindulgente y tenía ganas de filmar con bellos paisajes de fondo. El problema pasa por los pobres espectadores, que terminan pagando una entrada para perder dos horas de sus vidas.
Quizás Jolie quiso replicar lo logrado por la pareja Roberto Rosellini-Ingrid Bergman en Viaje en Italia, pero hacer semejante suposición sería un tanto insultante. Lo que tiene la directora y guionista para Frente al mar es sólo un conjunto de ideas apenas conectadas: un matrimonio en crisis que en los setenta viaja a un pequeño pueblito costero de Francia. El es un escritor con bloqueo creativo, ella fue una bailarina que tuvo que abandonar su profesión. Ambos están totalmente distanciados, no pueden demostrarse afecto ni manifestar sus emociones interiores. Por eso se la pasan bebiendo y fumando, paseando por ahí, y sólo el contacto con otra pareja recién casada (Mélanie Laurent y Melvil Poupaud) y el viejo dueño de un bar (Niels Arestrup) los empieza a movilizar. Las intenciones están explícitas: reflexionar sobre los lazos rotos en la pareja, la forma en que afrontamos las pérdidas y ausencias, cómo el contexto y los seres que se cruzan en nuestro camino nos obligan a repensar nuestro lugar en el mundo. Pero todo se queda precisamente en eso: en las intenciones, en las ideas.
Jolie filma razonablemente bien, demuestra que sabe encuadrar y darle un sentido casi pictórico al paisaje a través del manejo de la luz, pero eso es todo. Frente al mar es una cáscara vacía que sólo sabe sostenerse desde la pura pose. Pitt y Jolie son el centro absoluto de la trama -los demás personajes son apenas excusas para hacer avanzar la narración- y nunca consiguen transmitir las emociones de sus personajes; actúan, fingen que están tristes y se les nota demasiado. En el medio, lo que tenemos es un film estático, que en su primera mitad prácticamente no avanza y en su segunda mitad lo hace caprichosamente, tomando toda clase de decisiones arbitrarias, sin dejar nunca de aburrir, con un tono lánguido alarmante. Por momentos, da la sensación de estar asistiendo a una especie de reversión de La nueva gran estafa: si en aquella película todos se divertían menos el público, acá todos padecen, pero al espectador nunca le importa.
No dejan de llamar la atención las vueltas de la vida: Jolie y Pitt empezaron su romance a partir del rodaje de Sr. y Sra. Smith, una de acción que era superficial pero divertida, una demostración de pura energía al servicio de un entretenimiento no precisamente trascendente pero definitivamente sano. Diez años después, esa pareja explosiva ya es un matrimonio con mucho, demasiado dinero a su disposición, que cuando filma en conjunto nos obliga a contemplarlos con cara tristona en un bodoque como Frente al mar, haciéndonos mirar el reloj a cada rato, rogando que las dos horas de metraje se cumplan de una vez por todas. Diablos, ahora sí que no me caso nunca.