Pasaron seis años desde Frozen, la más exitosa de las películas animadas de Disney. Para capitalizar semejante suceso, esta secuela, que suma a una nueva generación de niñas, tiene un eje central: la relación entre las huérfanas Ana y Elsa, la poderosa reina helada. Y si la de 2013 dejó una huella imborrable en su pequeño gran público, a través de canciones y situaciones, aquí vuelven a transitarse, con un prólogo que regresa a la infancia de las dos mujeres y guiños a lo que pasó sembrados a lo largo del nuevo relato.
Ahora, para salvar al amenazado reino de Arendelle, las chicas, junto a Kristoff, Olav y el reno Sven, deberán viajar a una tierra encantada en busca del origen de los poderes de Elsa. Que tiene que ver con las fuerzas de la naturaleza. Las reconocidas y las por descubrir. Habrá en ese viaje todo tipo de aventuras, que incluyen gigantes de piedra, una extraña y antigua voz que llama, como misteriosa sirena y un cruce del mar helado, en la secuencia más bella y espectacular de la película. Apoyada en el evidente placer de volver a ver a sus personajes, Frozen II ofrece menos, en términos de relato, con situaciones que se resuelven de manera forzada, problemas que desaparecen sin explicación, pérdidas y reencuentros caprichosos que suman poco a la historia. Ahí están, de regreso, los protagonistas con sus canciones. Y quizá con eso, a pesar de sus problemas, sea suficiente. No ya para alcanzar la solidez del fenómeno original, sino para pasar un buen rato.