Hielo sin mucha frescura.
Seis años después de la buena recepción de la primera parte, aunque se trataba de un film con poco vuelo imaginativo, llega Frozen II. Esta secuela a cargo de los mismos directores se presenta como un paso evolutivo en relación a la entrega anterior. Con un claro uso de una animación mucho más lograda y detallada, el ingreso al reino nórdico de Arendelle se percibe muy palpable y envolvente, haciendo al espectador parte de su mundo. Sin embargo, si bien las nuevas aventuras que vivirán la reina Elsa (Idina Menzel) y su hermana Anna (Kristen Bell) abrazan con fuerza y mayor presencia los elementos de fantasía, el relato carece de dicho poderío como para lograr permanecer en el recuerdo.
Son tiempos de armonía en Arendelle, Elsa reina con prosperidad y domina sus poderes mágicos sin temor a usarlos, mientras que Elsa la acompaña y disfruta de su relación con el bonachón Kristoff (Jonathan Groff), quien lucha constantemente por encontrar la manera correcta de pedirle matrimonio. La atracción hipnótica de un bello canto es lo que conducirá a Elsa a un nuevo viaje de autodescubrimiento en el que la verdad de sus poderes saldrá a la luz. Así, el trío protagónico se embarca en una aventura en los confines de un bosque mágico, donde una ancestral civilización lleva años encantada, lo que podría ocasionar la destrucción de todo el reino.
La historia se encuentra repleta de momentos de comedia y tensión que captarán la atención de los más pequeños, mientras que la de los adultos recaerá mayormente en el disfrute de los aspectos visuales que van desde imponentes gigantes de piedra hasta la energía etérea de un caballo formado por agua. Aún así, la estructura musical del film y su básico desarrollo de personajes son los elementos principales que en cierta forma atentan contra el desarrollo épico y fantástico que se intenta llevar a cabo. La inclusión constante de temas musicales, lejos de conseguir que la trama avance (como debería suceder en todo musical), aquí la refrena, haciendo que ciertos eventos se prolonguen más de la cuenta o se perfilen demasiado solemnes para tratarse de una aventura infantil.
Es así que mientras el componente emotivo le resta frescura al relato, cuando mejor funciona el film es cuando apela a reírse de sí mismo, como por ejemplo con el gran videoclip musical que protagoniza Kristoff, muy al estilo años 90. O la presencia del muñeco de nieve Olaf (Josh Gad), que como comic relief resulta bastante insoportable la mayor parte del tiempo, pero que tiene dos grandes momentos —uno de ellos en una escena postcréditos— en los que le habla directamente al espectador para resumirle de manera muy graciosa lo ocurrido en el primer film. Pequeños momentos graciosos que, junto al poderío visual, resaltan de gran manera entre las grandes lagunas poco interesantes que posee el viaje de Elsa.
En definitiva, Frozen II mantiene un tono similar a lo que fue su primera parte, pero que gracias a un mayor uso de elementos fantásticos y algunas ideales originales que rompen con la estructura clásica del relato de princesas, se destaca y percibe unos niveles más arriba que su antecesora. Desafortunadamente, nada demasiado drástico como para ofrecer algo más que unas pocas carcajadas o una experiencia que se pueda recordar con encanto. El hielo se derrite y no perdura mucho tiempo entre nosotros.