Desde la llegada de John Lasseter a la dirección creativa de Walt Disney Animation Studios, este pionero de Pixar ha logrado combinar el clasicismo que ha sido desde siempre la marca de fábrica de la productora más tradicional de Hollywood con una impronta, guiños y un look más modernos. Es paradójico que, justo en momentos en que esa compañía en muchos sentidos revolucionaria que es Pixar recibe todo tipo de cuestionamientos por cierto achatamiento de sus películas (sobre todo por apostar más a las secuelas de sus éxitos que a films originales), las mayores sorpresas provengan del ala supuestamente más conservadora del holding.
Luego de la audaz y nostálgica Ralph el demoledor , Disney regresa a un terreno que le dio muy buenos resultados con Enredados y que continúa la línea histórica de sus princesas que luchan por conseguir independencia y libertad. Si en aquel film de 2010 el punto de partida fue un cuento de hadas de los hermanos Grimm, aquí la inspiración original proviene de La reina de las nieves , del danés Hans Christian Andersen.
El resultado es narrativamente impecable (las casi dos horas que suman entre el también notable corto previo en homenaje al ratón Mickey y este largometraje transcurren a toda velocidad y con enorme fluidez) y visualmente prodigioso.
Pocas veces la tan mentada "magia", los poderes sobrenaturales y los elementos fantásticos fueron captados y transmitidos con el despliegue de recursos y el virtuosismo formal que a cada instante aflora en Frozen .
Los directores Chris Buck ( Tarzán, Reyes de las olas ) y Jennifer Lee (guionista de la mencionada Ralph el demoledor ) cuentan la historia de dos hermanas: la entusiasta e impulsiva Anna y la fóbica Elsa. En el caso de esta última, debe hacerse cargo del trono de Arendelle tras la muerte de sus padres, pero tiene pánico del alcance de sus poderes (es capaz de congelar todo con una facilidad asombrosa), ya que nunca ha podido controlarlos cuando se pone nerviosa o se enoja.
La tensión entre estas dos hermanas de personalidades opuestas crece cuando deben abrir el palacio al pueblo y cuando Anna empieza a tener sus primeras experiencias amorosas. El poder de Elsa se convierte en su peor enemigo y en el sino trágico de sus súbditos, que sufren un invierno desolador e interminable.
Tras un arranque típico de intrigas palaciegas con números musicales algo convencionales, en la segunda mitad llegan los múltiples momentos de comedia (que los espectadores más pequeños sabrán agradecer), sobre todo con la aparición de un reno y de un muñeco de nieve con nariz de zanahoria llamado Olaf.
Pero, más allá de su logrado reciclaje de la simbología de una típica historia de amor del siglo XIX con enfrentamiento entre el Bien y el Mal, de esas que contraponen la inocencia y la codicia, lo que distingue por sobre todo a este 53º largometraje animado de Disney es su belleza deslumbrante, aquí amplificada por el uso del 3D y el trabajo esplendoroso con imágenes en pantalla ancha.