Mi temor más infundado fue que Frozen se pareciese demasiado a Tangled y así sería Disney copiando una fórmula que le sirvió hace unos años para seguir recaudando a puro merchandising. Con mucha felicidad es que reporto que solo dos aspectos permanecen intactos en ambas películas: el primero, una animación de primer nivel, cuidada al cien por ciento, y la segunda, una intención de innovar en las historias de la productora como nunca antes se había notado.
No tuve el placer de leer La reina de las Nieves, relato de Hans Christian Andersen en el que se basa el film, pero sé a ciencia cierta que el guión de los escritores y directores Chris Buck y Jennifer Lee distorsiona la historia original para jugar un poco más con los vínculos fraternales y el significado de la aceptación de uno mismo, mientras hacen historia presentando a las princesas de Disney, que ya no son las típicas damiselas en peligro. Mucho se ha hablado de que Frozen es la gran vuelta del estudio hacia las ligas mayores, a su Edad de Oro con producciones como La Sirenita, La Bella y la Bestia o Tarzan, film que Buck co-dirigió en 1999. Siendo no tan fanático de las puestas musicales de la compañía -en mi niñez no paraba de cantar, ahora parece que he perdido esa capacidad de volver a sumergirme en una historia donde los personajes entonan sus penas- debo admitir que el repertorio de temas tiene una frescura (ejem) inesperada, llena de potencia y vigor, muy concisas y con la capacidad de volverse clásicos de acá a unos cuantos años.
Mucho del poderío musical del film recae en la fuerza de su historia, donde las princesas hermanas Anna y Elsa se ven unidas por la capacidad de la última de crear y manejar hielo, hasta que un pequeño pero casi fatal accidente las separa de forma irreversible para siempre. El peligro de ser visto diferente por una sociedad temerosa de lo desconocido -algo así como una X-Men vendría a ser la pobre Elsa- hace mella en el espíritu de ambas y así Anna crece con un ímpetu aventurero incapaz de contenerse, mientras Elsa, la sucesora al trono, teme el día en el que finalmente conozca a sus seguidores y sus poderes se salgan de control. Esta relación eclipsa cualquier otra presente en la trama, de tan fuerte que es el vínculo que se expresan las hermanas. Casi no hay lugar para los personajes masculinos como el vendedor de hielo Kristoff o el príncipe irresistible Hans. Simplemente son accesorios a una historia que hace brillar a sus personajes femeninos en vez de reflejarlos bajo una luz tenue y solapadamente machista.
La aventura de los mismos, sin adelantar mucho, verá varios contratiempos en su trayecto, con una combinación de narrativa convencional con giros modernos, algo visto recientemente en una de mis favoritas del año pasado, Wreck-It Ralph, la cual contó con un escrito de la aquí presente guionista y directora Jennifer Lee. Esta sensación de imprevisto, el no tener al principio una clara figura de villano, funciona de maravillas, pero Frozen no está desprovista de pequeños escalones hacia abajo. Una vez que el conflicto se presenta, ir construyendo la trama de a poco afecta al ritmo de la película, que finalmente sufre un incremento notable con la presentación de Olaf, el alivio cómico en la forma de un hombre de nieve con vida propia con una propensión rayana en lo suicida por el verano. Desde el momento que aparece en pantalla, es imposible que los chicos no aplaudan con su actitud optimista, con una sonrisa siempre en su cara y con más de un manierismo que hará las delicias de la platea.
Amén del excelente uso del recurso 3D -que siempre destaca en las películas de animación-, Frozen se beneficia de una trama interesante, personajes ricos en carácter y un despliegue técnico y musical para la antología. Disney nuevamente vuelve al ruedo y de una manera avasallante. Un verdadero triunfo, en todo sentido.