Hay algo curioso en el nuevo filme animado de los estudios Disney titulado “Frozen: Una aventura congelada”(USA, 2013), y es que tomando distancia del mismo (filme infantil y particularmente femenino), se pueden detectar varias cuestiones que tienen que ver mucho más con un filme de género particular que con una simple animación para el verano.
“Frozen…” es la puesta al día del melodrama más clásico, el más barroco, rosa y lacrimógeno, aquel que con tópicos como el amor a primera vista, el matrimonio por interés, la clásica historia entre una angelical heroína y un noble y humilde caballero (que por algún motivo no pueden estar juntos), la maldad exacerbada, el odio y la codicia y la pasión contenida, entre otros, han hecho de la delicia de un público que en la reiteración encuentra el placer de género.
Además en la historia de estas dos hermanas (Ana y Elsa), que por una “maldición” de una de ellas no pueden compartir su vida en “hermandad” ni encontrar amor, hay una épica trágica detrás de los artificios que la animación pone al día, y que bien podría haber sido escrita por Federico García Lorca y no por Hans Christian Andersen (“La Reina de las Nieves”) como está. Es que “Frozen…” tiene muchos puntos en común con “La Casa de Bernarda Alba”, en esto de hermanas encerradas en una casa y que esperan algo, y eso que esperan, lo velado, es lo que también las hace moverse y es el objeto de deseo.
También posee puntos en común con “¿Qué pasó con Baby Jane”(USA, 1962) en lo que respecta al encierro y la mirada del otro. En “Frozen…” hay una hermana que no puede encontrarse con la otra por una decisión de la primera, pero también hay una joven mujer que intenta liberarse de su miedo a amar, a querer y que en la soledad de una alejada montaña se sentirá libre (tal como reza el tema musical principal que en Latinoamérica interpreta Martina “Violetta” Stoessel) y sin miedo a tocar a alguien y congelarlo.
Chris Buck y Jennifer Lee, sus directores, logran que además de lo visualmente atractivo del hielo, la nieve, las formas geométricas de los copos congelados, una serie de pegadizas canciones irrumpan sin mediar una previa preparación para cortar con la tensión dramática de la película.
Creo que si en breve la adaptación de “Frozen…” a Broadway no llega es porque sería casi imposible superar la belleza de las creaciones logradas por los diseñadores y dibujantes de la Disney.
En esta línea, de romper con la tensión dramática, también se encuentra el personaje Olaf, ese muñeco de nieve un tanto atolondrado, cuya principal función será la de liberar y hacer catarsis durante la progresión de la historia. Se habla de la necesidad de un “acto de amor de verdad” para poder así revertir lo negativo de esta dama que congela todo lo que toca y si se enoja demás puede llegar a congelar el mundo entero.
Y en el melodrama siempre se está esperando por ese tipo de acto. Se puede criticar cierto exceso de discurso progresista clásico, en aquello de clasificar la normalidad de determinados comportamientos y en generar la exclusión de lo diferente (en este caso Ana), esa persona que no puedo sentir porque si lo hace podría dañar a los seres que ama, pero este tipo de análisis sería hilar muy fino.
Visualmente impactante, con un diseño de personajes atractivos, esta puesta al día del clásico de Andersen merece ser vista no sólo por niños, sino por todos los amantes de las clásicas historias de amor.