Burócratas
Comedias como estas (hay que recurrir a la palabra comedia para llamarlas de algún modo), esta clase de cosas, de carcasas vacías prácticamente flotando a la deriva aunque haya un presunto director detrás y un guión que alguien se puso a escribir, y también un puñado de actores y una producción con partidas de dinero, etc, siempre nos deberían llevar a una pregunta. No “¿para qué?” (puesto que una película no está obligada, por suerte, a tener un fin ni una utilidad reconocible) sino más bien “¿por qué?”. Hace unos años nos tocó padecer otra coproducción argentino/española bastante parecida: la misma torpeza congénita e igual desprecio por eso llamado cine, aun en su vertiente más industrial y estandarizada, y hasta con un título similar (Fuera de menú, se llamaba el engendro, que incluso compartía uno de los actores con la película que nos ocupa). Lejos de mejorar las cosas, Fuera de juego presenta a un par de atolondrados, uno argentino y otro español (faltaba más), envueltos en una estafa quizá para hacer referencia a la crisis económica global y esgrimir con mayor comodidad el latiguillo de “sálvese quien pueda” como un mantra de exportación, que viaja rumbo a la madre patria y cuyos efectos prácticos van y vienen en un paisaje trasnacional alternativamente abatido. El humor de la película resulta ser esa manía cercana y chusca de buena parte de la televisión –cuanto más próxima y familiar, menos conmovedora y eficaz: el grito, la morisqueta siempre a destiempo y el tono de moral arcaica como sostenes necesarios del sentimentalismo y la estupidez –, pero también un ejercicio realizado sin conocimiento, sin destreza y sin pasión. Toda una mecánica del efecto cómico que falla por carencia absoluta de sus nociones más rudimentarias. Mientras, las desventuras prehistóricas de los personajes (entre los que se incluyen apariciones insustanciales de Ricardo Darín y Martín Palermo) se acompañan del modo más rutinario imaginable, como si el cine no tuviera la capacidad de ampliar el mundo y fuera apenas un dispensario de imágenes precocidas por el guión. Como sea, Fuera de juego ni siquiera tiene en verdad artimañas para exhibir: la desnudez trivial de la película es la que la deja inerme con sus defectos frente al aparato de la coproducción, revelando que aquí no hay compromiso con un tema, mucho menos con una idea, ni con ninguna otra cosa como no sea el dinero. Si a sus responsables no les va bien en ese terreno, entonces no les queda nada. Que se jodan por burócratas.