¿Qué hace que una producción encuadrada, o presentada, como perteneciente al género del suspense, que luego por los giros narrativos, o por la misma impericia de cómo construir un filme de intriga, se intente transformar en uno de acción y, vuelvo a aclarar, aspirando a ser de acción termine aburriendo?
Lo primero, es que después de la presentación de los personajes, y constituido el eje dramático, se la descubre como totalmente previsible y, al mismo tiempo, la verosimilitud que debiera quedar instalada se fue al diablo.
Lo segundo, es que intentando ser un filme de industria, con pautas muy concretas de construcción del relato y respete a rajatabla los códigos, no lo logra. Hay diversas razones para ello, muchas están en el orden de la historia, para lo cual debería dar a conocer algunos detalles que socavarían el interés de los espectadores.
Podría decirse que no sólo son los giros narrativos entre confusos y previsibles, sino que constantemente van planteando tramas paralelas que hacen progresar al relato, pero apenas esbozadas y sin desarrollo, por ende confusas, que terminan siendo deglutidas por la trama principal, quedando unas como justificativas del accionar de alguno de los personajes, y otras como un cierre ya a esa altura designado.
Este cine de formas tradicionales habitúa al espectador a una narración eslabonada según las necesidades del personaje actante, con la intención de producir una identificación masiva, desarrollando sucesos hasta alcanzar un máximo de tensión, y a partir de ahí el desenlace de los nudos dramáticos, posterior solución de la crisis y vuelta a un estadio de estabilidad, apaciguando las emociones.
Es aquí donde surge otro problema. El encargado de hacer creíble todo esto es Nicolas Cage, animando al profesor de literatura inglesa Will Gerard, sin lograr tal cometido por revelarse tan poco dúctil en la generación de mascaras y de expresar algo que la duda se propaga a toda la película.
El equilibrio en este punto puede estar dado, y de hecho dan un respiro, en las apariciones de January Jones, cada vez más consolidada como una bella actriz con buenos recursos interpretativos, en la piel de la esposa (Laura Gerard) y el antagonista de Will, el muy buen actor Guy Pearce, como el malvado Simon.
Luego de la presentación de los personajes y su amorosa convivencia, la trama a desarrollar comienza cuando Laura, una eximia ejecutante del violonchelo de una orquesta, es atacada sexualmente, con tal violencia que termina en un hospital. Es allí, en la sala de espera, que Simon encara a Will y le ofrece los servicios de venganza inmediata por parte de un grupo de personas, justicieros anónimos, que sólo le pedirán como retribución que alguna vez les haga un favor casi “mínimo”.
Will se encuentra en una encrucijada, en estado de shock, de emoción violenta, y ante el ofrecimiento su reacción primaria es la negativa, tal como corresponde a un sujeto con esa capacidad de abstracción, simbolización, y sensibilidad, para luego de unos segundos aceptar el ofrecimiento. Es posible que así suceda, pero mayormente una persona obnubilada, ofuscada, primero la aceptaría, para luego de meditarlo rechazar el ofrecimiento. De cómo se enteró Simon de la circunstancia que vive Will es otro enigma superfluo, que termina siendo un misterio que se resuelve en la última escena del relato.
Esa falta de organización artístico/narrativo estructural del material con que cuenta el realizador, o sea del guión, se transforma en una fiel crónica reproductiva de actos acelerados sobre la base de un desafío inmediato de esa realidad que intentan ir construyendo y, según exigencias de simultaneidad narrativa, inmerso en un punto estético totalmente irrelevante al juzgar el producto en su totalidad.
En síntesis, el clásico cuento de un hombre común en una situación extraordinaria, vulgarmente realizado.