Ella es la mujer del jefe de los gángsters. No lo ama pero estar con él le conviene, usa un traje rojo furioso (como el de Jessica Rabbit), toma sola (como Gloria Grahame en Los sobornados) y mantiene a raya a los hombres con una lengua rápida y filosa. Pero este bosquejo de femme fatale, quintaescencia del policial negro, ni bien empezado el relato se revela como una damisela en peligro que carece de vicios, ambición, en espera de alguien que la rescate y que hasta se muestra dispuesta a colaborar con la policía. Podría suponerse que lo que sigue es una relectura del género que intenta ponerlo patas para arriba y jugar con él, pero no, solo se trata de una película que nada entiende de sus materiales, sin oído para los diálogos, pulso narrativo para sostener una buena trama o mérito alguno a la hora de dirigir actores. De entre todos los problemas de Fuerza antigángster, las actuaciones son el más evidente, empezando por el personaje insoportable de Micky Cohen, compuesto por el peor Sean Penn imaginable, más exagerado y sobreactuado que nunca. Descontando la nula habilidad del director para controlarlo, está claro que Penn piensa que cada papel suyo tiene que ser descomunal, gigantesco, bigger than life, y que además cree que tiene los medios para conseguirlo. No es que el resto de las actuaciones sean buenas, pero al menos se integran (o tratan de hacerlo) al conjunto: Josh Brolin se defiende bastante, tiene un corte de cara perfecto para los trajes y sombreros de la época, pero su interpretación caballeresca pertenece a un mundo menos brutal y más amable que el de Fuerza antigángster. Ryan Gosling trata de aportar su característica estampa de galán sofisticado, pero su personaje parece no haber dejado nunca el set de Loco y estúpido amor, donde prácticamente se parodiaba a sí mismo (¿quién le dijo que hablara con voz finita todo el tiempo?). Emma Stone está bien como siempre: no importa el género, el tono, el personaje, ella siempre se las arregla para traer credibilidad a sus criaturas, incluso estando fuera del terreno que mejor conoce (la comedia) y teniendo que lidiar con ese amague de mujer fatal que le tocó en suerte. Robert Patrick es el actor más prolijo pero también el más desdibujado, y quizás se deba a su condición de personaje relegado que el guión no alcanza a arruinarlo del todo, a pesar de ponerle como acompañante a un desclasado mexicano que se llama Navidad. Lo de Nick Nolte no cuenta porque difícilmente pueda confundirse con una actuación los gruñidos que larga en las pocas (por suerte) líneas que tiene a su cargo.
La pésima resolución de las escenas, la información que circula mal y a destiempo (¿cuánto tiempo tarda Grace en enterarse que Jerry es policía?), la previsibilidad grosera de los giros de la narración, lo inverosímil de muchos conflictos que el relato no hace ningún esfuerzo por volver creíbles (si el villano va a tomar todo un hotel y a convertirlo en su fortaleza personal, al menos podrían desarrollarse un poco mejor sus vínculos espurios con la policía), la rutina abrumadora con que la película recorre los puntos obligados de cada escena (Goslyng golpea la mesa de compromiso y sin pasión, como De la Rúa en el programa de Grondona), los ralenti que irrumpen en momentos claves para realzar la acción pero que lo único que logran es ser anticlimáticos y perezosos, y eso sin mencionar el temblor de la cámara en mano y el realismo digital que se le quiere imprimir a las imágenes nocturnas, como aspirando a copiar lo que hace Michael Mann en Enemigos públicos. Lo curioso es que Ruben Fleischer, que dirigió la excelente Tierra de zombies, no comprende el film noir pero tampoco la comedia, aunque eso no le impida tratar de fundirlos torpemente en más de una ocasión (ver el ridículo cruce de Jerry y Grace en la casa de Cohen). Al final, el cuadro general podría parecer menos pobre si la película no intentara, homenaje solemne mediante, vestir a sus flacos protagonistas con el ropaje de los héroes. El fracaso de Fuerza antigángster trasciende incluso cualquier reparo ideológico: el violento grupo de vigilantes que comanda Brolin tiene tan poca robustez narrativa que ni siquiera despierta el más remoto interés de discutir con la película.