Gangster Squad es una cáscara brillante, pero vacía. Llama la atención de inmediato por su interesante elenco y la meticulosa reproducción de una Los Ángeles de fines de los '40, no obstante, detrás de su opulencia fílmica, se encuentra una historia ensamblada que se nutre de varios éxitos pasados del género. La misma quiere ser una reimaginación de aquellas historias de pandillas, pero poco y nada tiene que aportar a dicha subtrama criminal, exceptuando ser un producto de calidad y entretenimiento asegurado.
En una cruenta y pasmosa escena inicial es que conocemos al villano de turno, el matón Mickey Cohen, un sujeto con complejo de superioridad que aspira a comerse el mundo y, para eso, empieza a tomar el control de una Los Ángeles corrupta y llena de vicios por doquier. En una ciudad en la que nada ni nadie está seguro, él se cree un dios, pero un astuto y obstinado agente de la Ley piensa lo contrario: el sargento O'Mara está cansado de que el lugar que eligió para criar a su hijo sea un desperdicio y se dispone a limpiarlo con sus propias manos. Tendrá un incentivo, claro, cuando un superior le proponga armar un escuadrón para hacerle frente al criminal jugando con la misma moneda. ¿El resultado? Casi dos horas de enfrentamientos a quemarropa en el que ambas facciones luchan por el control.
Antes que nada el aplauso se lo merece Ruben Fleischer por lograr que una de gangsters luzca impecable. El director tiene un pulso bastante peculiar para filmar que ya había mostrado en la brutal Zombieland y que vuelve acá más estilizado que nunca. Muchas tomas cobran vida propia y resultan en una inmersión en la trama, aparte de que la recreación se antoja vistosa y asfixiante de color al mismo tiempo. Técnicamente, Gangster Squad se pasa, pero a la hora de vendernos una historia creíble y aceptable, el guión de Will Beall toca tantos lugares comunes que es inevitable darse cuenta de que es la misma de siempre. Un malo malísimo, un bueno que es un pan de Dios, pérdida de vidas inocentes, trampas, amoríos... Básicamente uno puede prever cada paso y cada vuelta del argumento, lo cual hace el paseo violento menos entretenido y disfrutable de lo que podría haberlo sido con una historia más pulida y no tan simplista.
Afortunadamente, lo que podía ser un bodrio de película sale a flote con un elenco soberbio y sobrio en todos sus aspectos. Por sobre todas las cosas, las idas y vueltas que tienen Josh Brolin y Sean Penn son fantásticas: el uno que nació para ser un justiciero -y para brillar en Hollywood, sin dudas- y el otro que encontró que el traje de villano le sienta de perlas. La lista sigue y nos encontramos con Ryan Gosling y su seductor emperdenido Wooters -cuya aterciopelada voz resulta extrañamente atractiva-, que le sigue rompiendo el corazón a una despampanante Emma Stone -recordemos la natural química de estos dos en Crazy, Stupid, Love- y conforman uno de los dos polos de amor, el otro siendo el del personaje de Brolin y una convincente Mireille Enos, a la cual nos tendremos que ir acostumbrando en el medio porque viene pisando fuerte. El equipo se conforma con el comodín, Giovanni Ribisi, la resurrección de Robert Patrick y dos caras nuevas que se están colando poco a poco en la Meca: Anthony Mackie -cuya posición consolidada crece más y más, y Michael Peña, el as latino por excelencia en estos últimos años. Mención especial le vale a un Nick Nolte irreconocible.
Hay tiros, lío, y cosha golda en Gangster Squad, lo suficiente como para que el reloj se pase volando, pero la falta de interés suscitada luego del final es alarmante, y no creo que una película se jacte de eso. Se esperaba mucho más de ella pero no, no estamos frente a The Untouchables del siglo XXI, ni mucho menos.