Balas de fogueo
Si uno se pone a pensar en posibles referentes de las últimas décadas para Fuerza antigángster, por encima de films como La dalia negra, Caracortada o Los Angeles: al desnudo se impone Los intocables, no sólo por su lujosa y precisa reconstrucción de época, sino principalmente por su voluntad de construir una apología de la violencia de las fuerzas policiales en contraposición a la violencia gangsteril, donde el primer tipo de violación de la ley se ve justificado a partir de la supuesta escasez de alternativas y la superioridad moral que brinda lo “civilizado” contra la “barbarie”, factor que ha cimentado durante siglos la construcción de la nación estadounidense (y tantas otras naciones, como la Argentina).
Ahora, Los intocables conseguía convertirse en un film no sólo problemático para el espectador más liberal, por la empatía que generaba con sus protagonistas y sus avatares, sino entretenido, complejo y hasta conmovedor por el tono épico que iba desarrollando. Para hilvanar una épica se necesita de todo lo que había en Los intocables: plena convicción en lo que se está narrando, un director como Brian De Palma en su mejor momento, con capacidad para filmar estupendos planos secuencia y escenas arrolladoras en su puesta en escena, como el homenaje a El acorazado Potemkin; un elenco estupendo al servicio de la historia (justo Oscar para Sean Connery incluido); un villano tan caricaturesco como apropiado para generar distanciamiento; un guión tan preciso como excesivo de David Mamet, con frases, diálogos y momentos inolvidables; y una banda sonora compuesta por Ennio Morricone que contagiaba al espectador del sentido heroico de la trama. El resultado era una película que transportaba al público a otra era, repleta de personajes más grandes que la vida y que hasta se daba el lujo de incluso problematizar y repensar su propio discurso épico, con sus mortales consecuencias, a través del personaje de Elliot Ness.
Aquí es donde se empiezan a marcar las diferencias con Fuerza antigángster, film que nunca consigue sostener una narrativa aventurera, a pesar de contar con varios elementos a su favor: una escenario seductor como Los Angeles de fines de la década del 40; un elenco multiestelar (Josh Brolin, Ryan Gosling, Sean Penn, Emma Stone, Nick Nolte y unos cuantos más); y una historia de esas que son subterráneas pero que a la vez marcaron a fuego la Historia norteamericana. La película apenas si amaga a consolidarse como un buen exponente del género de acción gangsteril, pero ni para eso le alcanza, porque aún para ese objetivo mínimo se necesitan personajes y situaciones que salgan de lo maniqueo.
Y eso nunca sucede en Fuerza antigángster, que es puro estereotipo, desde las frases supuestamente crudas pero impostadas, hasta un villano de cartón corrugado como es el gángster Mickey Cohen (muy mal Sean Penn, que actúa aquí tan feo como su cara), pasando por escenarios y situaciones esquemáticos al extremo (el Sargento O´Mara discutiendo con su teniente por desobedecer órdenes, el discurso aleccionador del jefe de policía Parker con el sargento asintiendo, el triángulo amoroso Cohen-Grace-Jerry construido con plasticola, la muerte del tipo con familia que se ve venir a cien kilómetros de distancia y no le importa a nadie, etcétera, etcétera).
De ahí que el metraje del film avance a pura rutina, sin conseguir que el espectador se meta en ese gran juego de ajedrez sangriento que debió ser la lucha entre Cohen y esa pequeña fuerza parapolicial. Es cierto que Ruben Fleischer supo hacer esa excelente comedia de terror llamada Tierra de zombies y que aquí busca darle un giro moderno, especialmente desde la estética, al género gangsteril, utilizando el apoyo del director de fotografía Dion Beebe (quien ya resignificó Los Angeles a través de la cámara digital en Colateral). Pero Fleischer aún está lejos del talento que tuvieron realizadores como De Palma y nunca consigue sacar a Fuerza antigángster a flote, básicamente porque jamás se posiciona en un lugar específico: pasa del mero entretenimiento a la reflexión vacua sobre la violencia, o de la apología de la justicia por mano propia a una tibieza que haría sonrojar al más políticamente correcto.
Y como siempre se conduce con culpa, con una voz en off innecesaria y redundante, la película termina exponiéndose a ser juzgada, por no hacerse cargo a fondo del alegato pro-mano dura que la atraviesa en muchos momentos. El no tener una ideología es también una forma de pararse políticamente pero Fuerza antigángster, ignorante de esto, termina cayendo en su propia trampa y mordiéndose la cola.