En 2017 se estrenó Beomjoidosi / The Outlaws / Fuera de la ley, película de Yoon-Seong Kang que se convirtió en un inmenso éxito de crítica y público. Igual suerte (léase apoyo casi unánime del público y de la prensa especializada) obtuvo esta secuela ambientada cuatro años más tarde y ahora dirigida por Lee Sang-yong (trabajó como asistente en el film original). ¿Cómo sigue la cosa? Sí, el mismo realizador ya está filmando The Roundup: No Way Out, tercera entrega de la saga, con el gordo Ma Dong-seok (más conocido como Don Lee y visto entre muchos otros trabajos en Invasión zombie / Train to Busan y como el Gilgamesh de The Eternals) como protagonista.
Lo primero que hay que decir es que Fuerza bruta es entretenida y está muy bien filmada. ¿Por qué entonces no tiene una calificación más alta? Justamente porque el cine coreano ha elevado tanto la vara que un buen (o por momentos muy buen) exponente de género (aquí un mix entre thriller y comedia) ya no fascina tanto como sí hubiera ocurrido hace algunos años. De todas formas, ver esta película en pantalla gigante justifica con creces la inversión.
Don Lee, émulo de Bud Spencer (perdón por el viejazo), es el detective Ma Seok-do de la policía de Seúl que debe acompañar al capitán Jeon Il-man (Gwi-hwa Choi) hasta Ciudad Ho Chi Minh (ex Saigón) en 2008 para extraditar a uno de los tantos gángsters coreanos que se han radicado en la urbe vietnamita para escapar de las autoridades de su país y estafar a turistas y emprendedores. Lo que allí se inicia (un típico juego de gato y ratón) proseguirá en la capital coreana con más secuestros, millonarios rescates y muchas escenas de acción.
Hay tantas coreográficas peleas con cuchilos, hachas y machetes que en la comparación Oldboy, cinco días para vengarse, de Park Chan-wook, parece una película infantil, aunque por momentos -cuando los chorros de sangre y vísceras amenazan con convertir al film en un espectáculo 100% gore- se apela al fuera de campo.
En el éxito de Fuerza bruta mucho influye la capacidad de Don Lee para el humor físico (por momentos el slapstick es casi propio de un dibujo animado) y en la brutalidad de Son Sukku como Kang Hae-sang, el hiperviolento y despiadado antagonista. El mecanismo del film es impecable (un engranaje de relojería diría un viejo cronista) y uno no puede dejar de admirar la maestría que en todos los rubros (persecuciones automovilísticas incluidas) ostentan los artistas coreanos. Pero, así como advertíamos al inicio, se percibe también en Fuerza bruta algo de fórmula, de ir a lo seguro y, en ese sentido, la cinematografía de ese origen tiene en la actualidad producciones con mayor riesgo y capacidad de sorpresa.