Aunque es una secuela (The Outlaws no se estrenó aquí), no importa: un detective muy simpático y bastante brutal tiene que extraditar a un criminal de Vietnam a Corea del Sur y descubre lazos con una serie de asesinatos a turistas. Con métodos nada convencionales, el hombre y los suyos tratan de resolver el caso. Pero lo interesante no es tanto la trama (que lo es, ojo), sino el equilibrio entre acción, un caso policial complejo e interesante y un humor que por momentos recuerda lo mejor de Terence Hill y Bud Spencer. El cine coreano tiene una característica: carece de prejuicios y toma lo que necesita para narrar cada escena, de la manera más efectiva posible. Por eso es que la historia, por compleja que fuere, resulta comprensible y lo que más nos importa es lo que sucede con los personajes. Hay que ver más cine coreano, sin la menor duda.