Intimidad de vestuario Estigmatizada por los medios, la imagen del jugador de fútbol está relacionada con la idea del no trabajo, cero sacrificio y cierta vida fácil generadora de grandes sumas de dinero que conquista mújeres hermosas. ¿Pero siempre es así? Fulboy (2014) se mete en la intimidad de la concentración de un equipo de fútbol argentino para desmitificar esa idea y a la vez trabajar sobre la relación física que los futbolistas tienen con el cuerpo propio y ajeno en esa intimidad grupal. Desde el comienzo queda en claro que Martín Farina, director de Fulboy, puede acceder a esa intimidad por ser el hermano de Tomás Farina, jugador de fútbol profesional. Uno de sus compañeros repite en medio de una acalorada discusión sobre algunas cuestiones formales que harán al documental. “Si vos estás acá es porque sos el hermano de Tommy, si hubieras sido otro acá no entrás”. Frase que habla de una intimidad que no quiere ser revelada públicamente y que solo por una razón afectiva sacarán a la luz. Pero que también servirá para mostrar que detrás de esos machos al que los medios muestran como “héroes del olimpo” hay seres humanos que dudan, sufren, sienten presiones, y que por sobre todo tienen en claro que son mercadería humana al que se los vende y compra como artículos de supermercado. Farina construye este documental desde un eje central que es lo corporal. La cámara se meterá a esos lugares en donde el acceso de los medios está prohibido para mostrar la desnudez de esos hombres. Desnudez que no solo será física sino también interna. A medida que pasen los minutos saldrán a la luz los miedos, sentimientos, inseguridades, el saber que sólo son un pedazo de carne que un día vale y al otro carece de valor. Hombres victimas de prejuicios propios y ajenos que no tendrán ningún pudor en mostrar su cuerpo desnudo pero que serán reticentes a mostrar que pueden tener vicios y cometer errores como cualquiera, que por esa estigmatización que el afuera creo de ese mundo deben ocultar. En la intimidad de esos seres jóvenes, fuertes, de cuerpos torneados y testosterona en ebullición, la cámara de Farina se posará sobre la relación ambigua que esos cuerpos, que derrochan masculinidad, tienen entre sí. Situaciones y juegos que rozan lo homoerótico desde un costado implícito. Pero también cuerpos con heridas de batalla. Cuerpos arañados, rotos, llenos de cicatrices que la cámara mostrará con detalle mientras reposan en el spa del hotel que los mantiene concentrados para la batalla final. Fulboy revela una intimidad prohibida que forma parte de una fantasía de la que hasta ahora nadie había podido mostrar desde el adentro. El dinero en exceso, la vida glamorosa y las bellas modelos solo están reservados para un pequeño grupo "élite" que no hace el todo. Jugadores que hacen del fútbol un trabajo de seis o más horas diarias, sin fines de semana, alejados de la familia y muchas veces entrenando en lugares que no están en las más óptimas condiciones. Y no es que Fulboy los ponga como víctimas de un sistema sino que los muestra como un eslabón más de ese sistema que maneja el fútbol y del que aceptaron ser parte. La casualidad de tener un hermano que se dedicara al fútbol hizo que Martín Farina pudiera ser parte de esa intimidad y así poder mostrar lo que hay más allá de lo que siempre se ve. Casualidad que ayuda a revelar que no todo es como la TV lo muestra, que por si a alguién todavía le quedaba alguna duda Fulboy lo rectifica.
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EL MUNDO PRIVADO DE LOS FUTBOLISTAS Un documental de Martín Farina que ahora llega al cine Gaumont, ya fue conocido en otros circuitos, que muestra la intimidad de un equipo de futbol profesional de otra manera. Las cámaras acceden a los vestuarios, las concentraciones, las preocupaciones, los negocios, los sueños, la coquetería, las presiones de un mundo que suele estar a puertas cerradas. La revelación con la frescura de lo espontáneo y las verdades.
Cuando jugar al fútbol es un trabajo Cuando muchos aficionados al fútbol van a la cancha a presenciar la disputa de su equipo favorito, muy pocos saben lo que se esconde detrás de ese multitudinario espectáculo. El director Martín Farina se internó con este documental en la cotidianidad de un equipo en las postrimerías de disputar un importante match, y deja transitar su cámara por esos muchachos que, mucho más allá de sus simples existencias, deben trabajar duramente. Entretenido y dispuesto a cautivar por su simpatía, el film cumple su cometido de espiar la vida de todos los días de un equipo de fútbol de cualquier lugar del mundo, ß Adolfo C. Martínez Cuando muchos aficionados al fútbol van a la cancha a presenciar la disputa de su equipo favorito, muy pocos saben lo que se esconde detrás de ese multitudinario espectáculo. Los jugadores, esos que están en el campo dispuestos a brindar lo mejor para su público, poseen en sus vidas privadas y profesionales tantas alegrías como tristezas que los convierten en alguien siempre dispuesto a hacer con sus pies ese gol tan ansiado por sus admiradores. El director Martín Farina se internó con este documental en la cotidianidad de un equipo -Platense- en las postrimerías de disputar un importante partido, y deja transitar su cámara por los cuerpos de esos muchachos que, mucho más allá de sus simples existencias, deben trabajar duramente para dejar satisfechos a sus seguidores en cada uno de los encuentros. Con el acceso privilegiado de tener a su hermano entre uno de los jugadores retratados, la cámara de Farina ingresa a espacios que los cineastas suelen tener vedados en el popular y a la vez secreto mundo de los futbolistas. Observados siempre en función de su actividad que es física, aquí en realidad aparece todo lo que suele ocultarse. Las charlas de vestuario, ese espacio en el que la habilidad deportiva se discute tanto como otros aspectos del vínculo entre los compañeros de equipo. Como sucedía también en la notable Taekwondo, de Marco Berger, que aquí colabora en la edición del material, los cuerpos como medio de expresión y la mirada que remarca la contundencia de la masculinidad dicen más de lo que aparenta la superficie. Entretenido y cautivante, el film cumple su cometido de espiar la cotidianidad de un equipo de fútbol y de mostrar aquello que no se ve, el misterio que se oculta en el vestuario.
“Martín Fariña es un tipo conflictivo y quiere generar conflicto entre nosotros”. El realizador de “Fulboy” (quien co dirigió junto a Marco Berger, “Taekwondo”) intenta plasmar, del modo más realista que encuentra, la intimidad de un equipo de fútbol. Por eso no teme, además de entrar en la intimidad de los dormitorios y las duchas, filmarlos discutiendo sobre los que ellos creen en un momento que él quiere hacer con este documental. Discuten y plasman sus diferentes versiones de retratar lo real. Lo real debería ser todo, sin recortes, resalta uno de ellos, como si uno pudiera rodar un documental que durara tanto como la vida misma. ¿Cómo se retrata entonces la intimidad? Fariña lo hace a través de detalles, del cuerpo, de largas conversaciones –entre ellos o hablándole directamente a la cámara, a su director o al futuro espectador-, alejándose de un típico documental sobre el fútbol o uno de los equipos. Se retrata a estos jóvenes como personas que trabajan jugando al fútbol pero también tienen familia, amigos y luchan por hacerse un lugar con la ayuda de representantes y contratos que los convenza. Con una alta carga de homoerotismo –Fariña los muestra constantemente en relación a sus cuerpos-, parecería que el fin principal que tiene su realizador es el de humanizarlos, mostrar que son como cualquier trabajador (incluso compara este trabajo con el de un obrero). El problema es que en algunos momentos en que se pone a filosofar, o los deja filosofar a ellos, sobre por ejemplo “los prejuicios de los prejuicios”, el film se deja de percibir realista, se le nota la manipulación y pierde la sensación de honestidad, que recupera en el registro de las escenas más cotidianas. No es una película hecha para el fanático de fútbol, salvo que en él haya un interés más profundo. Fariña, que es hermano de uno de los jugadores del equipo, no registra casi las concentraciones ni los partidos, se queda encerrado en lo que pasa antes o después, en esos momentos de distracción o preparación, y no mucho más. “Fulboy” es entonces un documental intimista, sobre un grupo de jóvenes entregados por completo a su profesión de futbol, pero no termina de ahondar más que de un modo superficial en sus vidas, prefiriendo hacer hincapié en la intimidad que hay entre ellos. Es así que lo corporal, la relación que ellos tienen entre ellos y con ellos mismo, con su propio cuerpo, es lo principal. Los planos cortos no sólo retratan piernas, bultos, ellos duchándose, recibiendo masajes o nadando, sino también cicatrices, raspones, tatuajes. Homoerótico e intimista en dosis iguales, “Fulboy” es un peculiar documental que se acerca como nadie a la figura del jugador, aunque por momentos se lo sienta algo caprichoso en lo que decide registrar.
Mucho tiqui tiqui Fulboy es un documental sobre la intimidad de un equipo de fútbol del ascenso que navega entre el homoerotismo y el retrato más convencional. Justo en estos días en los que el periodismo deportivo y su relación con los futbolistas está en el tapete, viene a estrenarse Fulboy, el documental de Martín Farina sobre la intimidad de un plantel de fútbol del ascenso (Platense, en este caso). No es que la película tenga mucho que ver con el deporte, pero sin dudas reflexiona (o nos hace reflexionar) sobre el discurso de los jugadores, esa especie de género en sí mismo repleto de lugares comunes, entonaciones que parecen ensayadas y no mucho contenido. Farina es hermano de Tomás Farina, uno de los jugadores del plantel, y como tal pudo convencer al resto de tener acceso a la intimidad de la concentración, a las charlas, las duchas, los masajes, los mates y los juegos de cartas. Farina es, además, el codirector de Taekwondo, la película de Marco Berger -que en Fulboy se desempeña como montajista y productor- que también retrataba, aunque de manera ficcional, la intimidad de un grupo de hombres. Hay algo más de Taekwondo en Fulboy: el homoerotismo y el regodeo en los cuerpos masculinos, pero aunque el diseño del afiche y la presencia de Berger en los títulos hacía pensar a priori que ese sería el eje, lo cierto es que Fulboy intenta ser un poco más convencional. Es una pena, porque el planteo era audaz: la homosexualidad -y la homofobia- en el fútbol son cuestiones que sí se alejan de cualquier entrevista a lo Tití Fernández. En cambio, lo más interesante acá es cuando Martín Farina se hace presente en el diálogo con los jugadores, y entre todos reflexionan sobre la “verdad” de lo que se está contando. El discurso del director choca con el de los jugadores, aunque ellos intuyen con cierta perspicacia todo lo referente a la construcción de realidad de los documentales. “Vos me grabaste tomando una cerveza, pero es la única cerveza que tomé, y así parece que siempre tomo cerveza”, dice uno, explicando con una sencillez digna de Alejandro Fantino de qué se trata esto de los documentales, y cómo manipulan la realidad. Más allá de estos chispazos que capturan el interés, a Fulboy le falta un eje claro. ¿Homoerotismo a la Berger? ¿Meta-documental? ¿Periodismo deportivo intimista? Es un poco de todo eso, pero al final no termina siendo nada. Al talento de Farina con la cámara, que funciona muy bien como extensión de su mirada, y con el montaje le faltó determinación para llevar su película a destino, o para ponerlo en términos futbolísitcos, Fulboy tiene mucho tiqui tiqui y pocos goles.
El director de este documental, Martín Farina, nos muestra cómo es la vida de un equipo profesional de fútbol, en este caso, del ascenso. Pero no en una cancha sino en la intimidad del hotel donde concentran, o dentro del vestuario, en la previa o post partido. De entrenamientos prácticamente nada, de partidos tampoco, de indicaciones y arengas desde el banco de suplentes, menos. De frustraciones, alegrías, broncas, discusiones, festejos, derrotas, están exentos. Se focaliza en cómo transcurren cada uno de los días un grupo de futbolistas, donde muchos tienen algún otro trabajo o “rebusque” para obtener un poco más de dinero, pues los salarios de los equipos humildes no son elevados como para que puedan vivir exclusivamente del fútbol. Realmente es poco lo que se puede opinar de esta película porque es poco lo que vemos. No aporta nada interesante, al futbolero no lo va a sorprender con nada porque nada de lo exhibido es desconocido, y al que no lo es no le va a resultar atractivo. Tal vez ese sea el problema, no logra atrapar al espectador, especialmente a quienes no les guste o le sea indiferente el mundo del fútbol. No tiene un comienzo claro de lo que se quiera contar, y como consecuencia no tiene un objetivo definido a seguir, que es muy necesario para que se justifique la realización de una historia, tanto de ficción como de documental. Todo es muy llano y previsible. El relato es anodino, de vez en cuando la cámara se detiene en mostrar y regodearse con los cuerpos desnudos de los jugadores, alternando con el trabajo de los utileros, los protagonistas hablando con el realizador o entre ellos y también con el peluquero. Por otro lado, los futbolistas expresan sus esperanzas, sueños, negociaciones de contratos, el deseo que tienen de ir a otro club si hay buena plata para cobrar, etc. Pero toda la narración carece de emoción, tanto de la parte deportiva como de la personal de los futbolistas, no refiere nada de sus orígenes, ni como los aceptaron en su primer club, ni de la firma de su primer contrato, ni que hicieron con su primer sueldo, también brilla por su ausencia algún relato heroico en un partido. El director refleja la vida de los jugadores como si fueran unos simples trabajadores que cumplen con lo suyo, nada más, contraponiéndose a las manifestaciones pasionales que habitualmente se ejercen en el deporte más popular del mundo.
Detrás de una gran idea a veces hay una pobre ejecución, y eso es lo que precisamente le ocurre a Fulboy, el debut como director de Martín Farina, a quien se le van los ojos por los torneados cuerpos masculinos en pantalla y pierde foco de la historia de su documental. Como ya ocurriese en la filmografía de su compañero Marco Berger, el histeriqueo masculino es la principal baza que parece rondar la mente del realizador, quien se dedica cámara en mano a seguir las andanzas de su hermano Tomás y sus compañeros futboleros en la previa a una final de torneo. El gran estigma del jugador profesional, los sueños y esperanzas que cada uno tiene, el apoyo de la familia o la religión, cada pequeño tema es explorado por Farina con ahínco. Pero los momentos picantes no se guardan para una exploración profunda de lo que conlleva ser un profesional en la cancha, sino que se reserva a una seguidilla de duchas entre compañeros que más que establecer un estadío de realidad lo hace por la propia mente voyeur del director. Hay grandes charlas entre los compañeros del club, e incluso una muy estimulante en donde el hermano del director apunta a su propia sangre, señalándolo como un extraño entre ellos, imponiéndoles una idea de falsa realidad que pretende conseguir frente a las cámaras. Es un punto álgido para la película, que acto seguido se ve disminuido completamente con una escena de baño, concentrada hasta el más mínimo detalle en los físicos de los muchachos. El elenco, todos jugadores en la vida real, se mantiene tímido frente a la cámara, hasta que se acostumbran a ella e incluso hablan a la misma transmitiendo sus historias de vida, uno con mucha pasión y candor comentando los azares de ser futbolista profesional, y lo que ello significa. Fulboy podría haber sido más mordaz y hacer preguntas difíciles, pero se conforma con apuntar la cámara en ciertos momentos decisivos y perderse en una ducha tras otra, o cualquier actividad que los hombres hagan en paños menores.