“Todos en Lampedusa somos marineros”, dice el amigo de Samuel, el protagonista. A medida que transcurre la película vamos descubriendo que esto no es del todo así. Está previsto que todos sean marineros, sí, pero no todos pueden serlo. Y es en este punto donde se enfoca el filme: los inmigrantes nigerianos o libios que llegan escapando de la guerra o, efectivamente, en Samuel, un chico de doce años que atiende a sus juegos cuando no está en clases. Tanto los inmigrantes de nacionalidad como este pequeño inmigrante, digamos por genética, son el interés de la película. La primera inmigración genera una inquietud por las condiciones infrahumanas en las que se trasladan desde sus países de origen hasta Lampedusa. Es una inquietud que genera desasosiego. La segunda reconoce que puede haber un distanciamiento, por más que sea pequeño, en la tierra propia. Llamémosla una inmigración íntima que la generan razones externas, pero con la que nos podemos identificar y que espejea con la primera, más dolorosa e inquietante.
Toda esta búsqueda está entramada con otras vidas anónimas de Lampedusa: una señora que escucha radio y llama al locutor para pedir canciones viejas, entre ellas “Fuego en el mar”, y la abuela y el papá de Samuel. Son vidas que distraen la tensión que genera el descubrir a estos inmigrantes, pero ellas mismas contextualizan cómo se mueve la rutina en la ciudad. El relato está desprovisto de victimización, más bien es un retrato duro que se matiza con el resto de las historias, pero del cual el director nunca escapa. Hay miradas de los inmigrantes cuando se están registrando que revelan mucho más que cualquier palabra que se pueda decir, que superan la barrera del idioma y nos vinculan con ellos a través de la imagen.
Así, la película, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín este mismo año, retrata el conflicto y la rutina en Lampedusa de una manera calma, sutil, aguda que permite vivenciar la crisis por la que pasa, no sólo Europa, sino el mundo en cuanto a movilizaciones forzadas de países natales a países cercanos. Entre condiciones penosas y desesperadas, se va revelando una realidad de la que incluso un médico, de los que decimos que están “acostumbrados” a la muerte, no es capaz de asimilar. El documental asoma preguntas urgentes que no tienen respuestas fáciles ni visibles.