Durante la Segunda Guerra, los habitantes de la isla de Lampedusa temían salir a pescar de noche; los barcos bombardeados parecían fuegos en el mar, y hasta inspiraron una canción popular. Hoy, situada entre África y Cerdeña, Lampedusa es un precario pero codiciado puente para cientos de inmigrantes que huyen del hambre, las dictaduras e ISIS. El documental del italiano Gianfranco Rosi (hombre curtido en festivales) tiene la bondad de situarnos en distintos puntos de la tragedia, no precisamente equidistantes en intensidad. Un médico rescatista realiza la más tierna ecografía a una muchacha rescatada; recién pasados por la aduana, unos juegan al fútbol y otros cantan su lamento del desierto del Sahara. Estas postales, fuertes como documento como por su impacto audiovisual, se contrastan con las andanzas del hijo de un pescador, un pibe que en vez de usar celular se distrae llamando pájaros o agujereando cactus con una gomera. Agudo y sin pretensiones, Rosi logra un cometido que aborda y trasciende lo testimonial.