Barcos de la muerte
Fuocoammare (Fuego en el Mar - 2016), dirigida por Gianfranco Rosi y ganadora del Oso de Oro en la última edición del Berlinale, es un film documental muy difícil en su propuesta estética y argumental pues está centrado en la problemática actual de los refugiados que diariamente desembarcan en Europa. Con un estilo personal y alejado de las imágenes televisivas ya conocidas, propone un retrato coral con la potencia de unas imágenes que parecen de una película de ficción pero al mismo tiempo llenas de un realismo apocalíptico.
En la bahía de la isla Lampeadusa muy cerca de Sicilia en Italia, desembarcan todo el tiempo barcos llenos de inmigrantes ilegales. En su mayoría son africanos o del Medio Oriente que llegan escapando de la miseria de sus países, pero también de una demencial violencia, del crecimiento de ISIS y el terrorismo de estado. Constantemente barcos vigilantes con enmascarados policías y/o médicos de salud, buscan los barcos de inmigrantes en medio del mar con la misión de revisar a la gente que entra a la isla. Paralelamente se desarrollan las historias de distintos personajes como una pareja de ancianos, un buceador, un médico, un pediatra, el conductor de un programa musical en la radio, pero por sobre todo la de Samuel de 12 años, un niño solitario que vive con su familia pero hace su propia vida, juega a cazar en las laderas de las rocas cerca del mar y va creciendo mientras le enseñan a ser un pescador como sus ancestros.
Apoyado en un registro descriptivo, dejando que las imágenes se cuenten por su propia fuerza -no se puede negar que eso le permite generar el efecto de estar más allá de un realismo propio del formato documental-, Fuocuanomare ingresa en terrenos de la ficción, e incluso con el efecto de la ciencia ficción. Trata la realidad misma hasta volverla un elemento extraño, y eso es lo mejor que tiene la película. Las embarcaciones y helicópteros a contraluz buscando cuerpos en la noche, las antenas que intentan captar alguna señal viva, o las pantallas de los barcos deambulando en el mar que parecen ser monitoreados por fantasmas mientras los hombres enmascarados revisan a los refugiados; producen un relato de fin de mundo, futurista y producto de un hecho sobrenatural, como si hubiera ocurrido una Tercera Guerra Mundial y solo quedara una pequeña isla rocosa y seca donde viven poquísimos niños que hablan italiano e inglés mientras siguen llegando los sobrevivientes de un mundo que se está destruyendo, que no podemos ver, pero cargado de imágenes oníricas, llenas de suspenso, con marcas inquietantes a pesar de que -más tarde se percibe esto- no son más que imágenes “tranquilas”.
Una gran propuesta que se refuerza con el relato coral. Intenta hablar de un todo usando varias voces (aquí es donde el film se vuelve peculiar al dar esa idea constante de que estamos frente a una película de ficción), pero no por la inminente e imperfecta realidad que se filtra al grabar a la gente en su vida cotidiana, sino por la naturalidad de los refugiados de saberse filmados y no poder ocultar lo que están sufriendo.
Su visualización es muy importante porque, al final de todo, uno se da cuenta que esto sucede todos los días y no es sólo el producto de la imaginación de un escritor. Desde luego no resulta fácil ya que, además de una estética compleja, es un interesante y fuertísimo relato que decide unir las angustias de un niño inocente con el dolor de gente que se arriesga por buscar un mundo mejor, y esa decisión extrema y dramática lo es aún más cuando la muerte aparece contundente e interminable.