Los titanes ¿contraatacan?
Han pasado algunos años desde que Perseo (Sam Worthington), hijo semidivino de Zeus (Liam Neeson), derrotó al Kraken y salvó temporariamente a la humanidad del capricho de dioses envidiosos, como Hades (Ralph Fiennes). Pero su vida como tranquilo pescador y padre viudo de un niño está a punto de acabar: el Tártaro se desmorona y los primeros demonios abandonan el Infierno para invadir la Tierra y hacerse del poder total, aniquilando a la raza humana. Forzado por circunstancias mayores que su voluntad de mantenerse al margen, Perseo decide emprender el viaje infernal que le permitiría rescatar a Zeus de ser consumido por su padre Cronos, y así restaurar el equilibrio de la humanidad.
Curioso hablar de furia de titanes cuando es apenas uno, Cronos, el que sobrevive y amenaza a la humanidad. El ocaso de los dioses es poco solemne, expeditivo y carente de toda emoción. Sólo importa el momento de la acción, cuando Perseo se calce de nuevo el papel del héroe que tan bien le queda y les pase el trapo a todos sus partenaires, incluída la poco creíble reina Andrómeda. Esta secuela de una remake de una película de 1981 es pochoclo en estado puro, un entretenimiento exclusivo para quienes van al cine con la idea de salir de cualquier preocupación diaria, aunque atropelle cualquier tipo de rigor o verosímil de la mitología en que dice basarse.
¿Es entretenida? Sí, y también pasa rápido. Muy rápido. Si no se detiene uno a mirar las paupérrimas actuaciones y caracterizaciones de cada personaje, hasta podría pensar que se trata de un entretenimiento a la altura de los millones invertidos. Pero los millones se notan en los efectos, puestos al servicio de cuatro o cinco momentos clave de la acción (y sobre todo para destaque del 3D). Qué harán los humanos cuando la divinidad haya abandonado el mundo, es algo que esperamos no resuelvan en una tercera entrega. Sin titanes, ni siquiera el título tiene el mismo sentido.