No era bueno Furia de titanes. Estrenado hace dos años, el film que jugaba a reempaquetar la mitología griega para el público ávido de aventuras en 3D, a duras penas entretenía siempre y cuando las expectativas del espectador fueran muy bajas y no esperara demasiado ni del guión ni de los efectos especiales. Por todo eso, a esta secuela que retoma la historia de Perseo una década después de los eventos de la película anterior, no le quedaba otra opción que mejorar. O profundizar el desastre. La mentablemente, Furia de titanes 2 no consigue hacer una cosa ni la otra. Con un guión que utiliza elementos de la mitología griega pasados por el filtro de las familias disfuncionales más habituales en los dramas, la trama arranca con Perseo (Sam Worthington) viviendo junto a su hijo en un pueblo de pescadores, dándole la espalda a su condición de hijo de Zeus (Liam Neeson), mientras se ensucia las sandalias igual que el resto de los mortales. Claro que pronto el hombre recibe la visita de su padre, que le confirma lo que él ya había advertido: algo está pasando en el Tártaro y todos los monstruos se están escapando. Incluido el temible titán Cronos, padre de Zeus. Primero resistiéndose a su destino y luego conmovido por los problemas de su padre y su tío Poseidón (Danny Huston), atacados por el desterrado Ades (Ralph Fiennes) y el resentido Ares (un desperdiciado Edgar Ramírez), Perseo irá a su rescate montado en su fiel corcel alado Pegaso. En el camino se cruzará con la reina griega Andrómeda (Rosemund Pike) que lucha, sin demasiado éxito, para detener a los escapados del inframundo y con Agenor (Toby Kebbell), otro semidios y su primo. Si todo suena algo ridículo es porque lo es, especialmente cuando entre pelea y pelea con gigantes digitales y en 3D, el inexpresivo Perseo de Worthington -que entre una película y la otra se dejó crecer el pelo pero no adquirió mucho más en el receso-, debe lidiar con su peculiar familia.
A diferencia de lo que sucedía en la primera película, en esta secuela los efectos especiales en 3D son mucho más vistosos -especialmente en el viaje al inframundo-, aunque por momentos los movimientos de cámara exageren su dinamismo hasta transformar imágenes en borrones.
Para aportar la cuota de humor que este tipo de film insiste en agregar aunque siempre lo hace como si fuera una idea de último momento, aparece el mencionado Kebbell (Rock´nRolla), una especie de rastaman griego y el siempre interesante Bill Nighy, como el desquiciado Hefesto. Pero no alcanza con tener algunos buenos actores haciendo lo que pueden cuando el guión está tan en ruinas como el templo de Zeus.